Entrevista a Franco Rivero

La desmesura

Por Mariano Quirós

Foto: Héctor Fabián Rojas

Estábamos en Ituzaingó, Corrientes, y Franco Rivero me habló del movimiento de los jejenes. Que me fijara, dijo, que parecen armar el ritmo de un electrocardiograma. El ritmo de un corazón, al fin y al cabo. Era cierto, los jejenes se movían así, como un corazón histérico que de a ratos caía en una especie de ánimo suspendido. Me mareé de tanto mirar.

Recordé que Franco tiene un poema que dice que “lo que distingue/ paisaje/ de paisaje/ es el propio corazón”. Y continúa y dice “lo sé/ pero no me hallo acá/ no me hallo”. En voz de Franco, en voz de cualquier correntino que se precie, debe leerse hallio. Me parece bien, habla bien de Franco, quiero decir, que no se hallie.

Franco Rivero nació en 1981 en Ituzaingó. Vivió muchos años en Castelli, ciudad que es el corazón del Chaco, portal del Impenetrable le dicen. Pura tierra, pura aspereza. Una desmesura opuesta a la que ofrece el Paraná donde ahora Franco nada junto a sus cinco perros. El verano que pasó, aciago para Corrientes, lo encontró junto a su madre combatiendo el fuego que agobiaba los esteros. 

Franco es autor, entre otros títulos, de Ud no viaja asegurado y de Disminuya velocidad, dos libros que, por decir algo, recibieron premios del Fondo Nacional de las Artes y en los que —acaso esto sea lo más importante— nombra las cosas del mundo alrededor, nombra el paisaje, desde una dulzura acaso inédita y seguramente por eso mismo subversiva.

Ahora publicó Guasca (deacá y Dominga Amarilla ediciones). Y con Guasca, la dulzura anterior adquiere también su reverso brutal; viene a tensar nuevos ánimos, entrevera el guaraní —esa musicalidad que tanto le endilgan al idioma— con una como lujuria tosca —con otra forma de música, capaz. Hay una historia que el conjunto de poemas va hilvanando, una historia que se recita como una película de Leonardo Favio.      

-¿Puede leerse Guasca como un melodrama, una tragedia amorosa?

-Me tienta decir sí (género incomprendido si los hay y que condensa quizás el único eje de nuestra especie), pero hay algo más. Procuré también no perder. Escribir es una forma de no perder y en la tragedia se pierde porque la ganancia es la herida y por ella, la expiación. Sin herida no hay expiación; no se alcanza esa libertad. Ya no estoy herido y tampoco puedo decir que gané. Hay otra cosa: la necesidad de hablar de amor; del amor no como contraparte de la herida sino como su reverso. La herida antes y el amor después. No al revés. Al revés es más fácil porque el drama está resuelto de antemano si habrá herida. Pero quiero el gesto de amor frente al vacío. Cuando no hay herida ni posibilidad de herir y el amor sigue aunque lo amado no esté. 

-Para que el amor triunfe, dicen, debe fracasar, no debe concretarse. ¿El amor de Guasca entonces no se concreta?

-Se concreta y no fracasa: hay una asesinato. Es algo de afuera. Estaba todo bien entre los amantes. 

El asesinato me dio un amor que me va a acompañar mientras viva, eso sí. Para que la historia de amor sea eterna es que éste debe fracasar. Pero yo no tenía una historia antes; tenía su cuerpo y en su cuerpo venía el amor, uno que no es cómo el que escribo. Tampoco lo mataron por la historia sino porque no soportaron nuestros cuerpos juntos. Así que no encaja en esa proposición. Puedo hablarte de algo que sí. 

Es cierto que nunca amé a nadie cómo cuando me dejó: cuando me dejan amo más. Siempre. Tiene que ver con el combustible: el amor come pérdidas. Ésa es su ganancia. Adquirir una pérdida en el amor tiene mucho de placer burgués y poco de cuerpos. 

-Hay en el lenguaje de estos poemas —y perdón si sueno pomposo, o simplemente bruto—, hay como una exuberancia, algo que no había en tus otros libros, quizá más contenidos pero no por eso más delicados. ¿Qué se desató en Guasca?

-Los cuerpos, justamente; y las voces. Los sonidos. Los olores. Las texturas. Ya no era la memoria (como cuando no vivía acá) y no se desataron; estaban enfrente: sin saber vine a vivir al borde de una canchita potrero que se hace laguna cada tanto. Una canchita donde transitan casi a la par el fútbol, las voces y las carcajadas de los y las guascas; los caballos, los gansos, los patos, los escapes libres de las motos y el estridor de los insectos; el croar de sapos y ranas; el sonido chirriante de las potencias y el enojo de los teros poniendo huevos, el nacimiento de los teritos; los renacuajos; las garzas chiflonas y cuánta ave de acá se les ocurra. Por el patio me llega olor a caballo y a sudor cerveceado de guasca; olor a juguito deshidratado y a plumas de gansos. Olor a cachorrito y a perros que nadie cuida. Pis de gato y letrina (había olvidado el olor a letrina y ahora lo tengo a diario como un cachetazo). Sé qué animal se quema en qué parrilla por el olor. Siento el cuello de un pollo o de una gallina al romperse. Oigo ese golpear reflejo que hacen con el cuerpo y las alas después de eso. Sé si los colgaron de la pata y se zarandea en el aire o si está saltando contra el suelo. Parece algo que explotar para el arte, pero es un dolor. Ahora hay un carpinchito atado en la cancha; también suelen atar terneros, ovejas…: veo criar lo que van a comer en las fiestas. Oigo la faena como ahora oigo chanchitos desde que me despierto y mientras no abro los ojos parece que estoy dentro de un gallinero. Explota todo acá, con violencia y la violencia también explota: es un refugio para mí la exuberancia en la palabra porque ahí algo se contiene, se ataja, hiere menos… para que la violencia no desentone exuberé; si no, no podría vivir entre ella.

El poeta riega su jardín, cocina, limpia la casa, y mira a los pibes, a los guascas, que se juntan a jugar al fulbo en la canchita de enfrente. Les mira la espalda, les mira el bulto, todo les mira… ¿Son los poemas de Guasca los poemas de un voyeur? 

Más que mirar, mostré. Quien lee sí; lee como voyeur y se calienta como voyeur. “Me calenté” dicen los mensajes que recibí y yo pienso: “¿Le tengo que felicitar?”. “¿Me está felicitando así?” Digo: abro con un asesinato y después quedan todos/as calientes. Curioso. ¿No? 

Mirar: miro a dos o tres que me gustan; uno sobre todo. Con quienes jamás tendré nada, pero me recuerdan a Higinio y recordar un cuerpo otro en un cuerpo inaccesible es una forma de concretar con él; también. 

-¿Por qué vivís en Ituzaingó? ¿Podrías vivir en otro lado?

-Vivo en Ituzaingó por el río y por nostalgia. A partir de cosas que me pasaron (porque no se puede vivir del río y la nostalgia nomás: hay que interactuar) sé que me quiero ir. Estoy en proceso de irme de acá. No sólo puedo vivir en otro lado; a estas alturas es algo que necesito. Todo lugar es instante también. No vuelve. El lugar que tengo dentro definitivamente no es el que piso. Por eso paso tanto tiempo en el río: sumo un instante tras otro: lleno mi valija. Cuando se me acabe voy a volver para llenarla de nuevo. 

-Contame de tus primeras lecturas, un recorrido por tu biografía de lector

La biblia. No había otro libro en casa. 

Y de ahí al barroco, al realismo mágico y a Borges (¡Borges! Ni la profesora recordaba El Aleph y yo me aprendí frases de varios cuentos de Ficciones y de El Aleph para sorprenderla en el examen. Cuando me di cuenta de que no leía o no recordaba citaba de memoria pasajes de un cuento como si fuera de otro y ella asentía con la cabeza. Le perdí el respeto y con eso también el respeto a la disciplina). Con todo el desorden que tiene un programa de lengua y literatura de secundario cuando lxs docentes no revisan contenidos ni sistematizan algo por fuera del libro que hay en la biblioteca para la materia; con eso aprendí a leer. Por mí. 

Rendí libre tres años de secundaria (los últimos) y tenía que estudiar el programa completo. Le debo a esos programas poco cuidados el pasarme horas completas en la biblioteca escolar o lo del pueblo o con los libros que me prestaba un profesor y descubrir que me gustaba la literatura: ya escribía, pero no sabía que empezaba a hacer literatura. 

Después hice la carrera de letras. Leía lo de la carrera y de contrabando poesía. Cuando la terminé me dediqué a leer sólo poesía hasta equilibrar la balanza. Ahora leo de otra forma.

-¿Cómo es el ambiente literario correntino? ¿Existe eso?

-No creo que exista de esa forma. Somos varixs escribiendo acá. Otrxs construirán las características de esta región en la literatura y desde ahí todxs las van a encontrar en lo que lean de la zona. Pero andá a saber si existen. 

Hay afinidades. Tengo que esforzarme demasiado para unir y ver semejanzas entre lo que veo. 

-Hablando mal y pronto, ¿todos los guascas son putos?

-La pregunta sobre quién es puto es una pregunta heterosexual y toda pregunta heterosexual tiene esa inseguridad de base: la que viene de forzar cómo real que a unxs le gustan las roscas y el churro y a otrxs no.

Lo siento, pero hasta ahora no conozco alguien cien por ciento heterosexual. Cuando alguien me dice soy heterosexual (a mí que no necesito andar diciendo qué soy a cada rato), le respondo que sí. Porque a los locos hay que decirle que sí. 

FUEGO AHORA VOZ

-Contame de este verano que pasó, de lo que fue pelear contra el fuego que encendió Corrientes.

-No sabía qué hacer y no me podía desesperar; tenía que hacer. Y algo que no fuere escribir (que es lo primero que quise hacer: “escribir” -esa respuesta burguesa en la que se convierte el arte frente a lo siniestro para sacar provecho de una supuesta sensibilidad y obtener ganancia de la sensibilidad de la humanidad que no es más que la ficción de una emoción altruista y moral para que la especie dignifique a la especie). 

Mi mamá se hizo la casa que tiene ahora en Loreto vendiendo cosméticos y las chucherías que se le cruzaban por el camino. No tuvo casa antes. Nosotros éramos indigentes. No la iba a abandonar. No iba a dejar que se queme. Yo tampoco. La casa está a orillas de una forestal que no existía cuando vivían ahí mis abuelos. Al poco de empezarla, ellos murieron. No vieron desaparecer el campo y las lagunas, pero sospecharon que los pinos, ahí, tan cerca de los ranchos, no eran algo bueno. Yo les escuché decir que secaban los esteros. Era chico, pero entendí la amenaza. Ni bien el fuego empezó culpé a los dueños de las forestales. Nos tuvimos que defender de la forestal con las manos, al principio. Después mis amigxs se organizaron sin preguntar y nos vimos recibiendo ayuda para hacernos de recursos (bomba, mangueras, contrafuegos) No tuve miedo. Mamá tampoco tenía. Y al decir de las caras que recuerdo, casi nadie sentía eso. No hay tiempo para el miedo cuando hay peligro. El miedo es un egoísmo (a veces) cuando no se mueve de vos; algo poco real y más narcisista; una forma de gastar tiempo con vos mismo; en cambio cuando el peligro es comunitario, el hacer reemplaza al miedo y podés arder junto a otro sin temblar. No tuve miedo; tuve fuerzas. Y también enojo, muchísimo enojo: completé mi desprecio por nuestra especie. Seguí lo que hacían los animales; sobre todo los insectos. Las hormigas. 

Asumí que era bombero de un día para otro y viví como tal. No pude contener el deseo de escribir. Primero intenté madrugar para escribir antes de salir a ver cómo seguía todo y qué había que hacer. Pero no aguanté una semana y aprovechaba los minutos que podía para dormir. Un día sucedió que abrí el grupo de whatsapp que tengo conmigo y grabé un audio mientras apagaba el inicio de un fuego al borde de la ruta…; desde ahí no paré. Durante los cincuenta y tres días que estuve de bombero por mi cuenta grabé; escribí con la voz; también agregué fotos y videos cortos. Fue un hacer diferente. La voz no me impedía poner el cuerpo sino que me ayudaba a apagar o a hacerle frente al fuego. También les grabé a otrxs sin que sepan que les grababa. Y recé. Supersticiosamente recé. Estábamos todos los días en dos horarios diferentes en un altar del Gauchito que está en Íta Paso, a diez kilómetros de la casa de mamá, por la misma ruta. Con ella hicimos todas las simpatías que se conocen acá para que llueva. La tranquilidad que da el ritual no se compara con nada. Escribir con la voz inauguró un ritual más. Algo que creo que no voy a abandonar nunca. 

En medio pude hacerme, cada tanto, lugar para nadar con mis perros. La sensación de estar flotando y ver el humo encima; de nadar en medio del fuego, tampoco va a abandonarme. No voy a decir que aprendí mucho. Aprenden lxs sobrevivientes. Yo no sobreviví: estoy sin más. De afuera se repara en los brotes que tiene un árbol quemado y se da testimonio de ello con alegría porque el testimonio importa más que el existir; pero el árbol sigue quemado. Sí voy a decir que me sentí querido y cuidado. Recuerdo un desayuno con mis amigas y mamá un día en casi ni humo hubo a la mañana. Nos fueron a ver después de filmar. Durmieron en casa. Los colores de la comida en la mesa. El gusto a fruta. El vientito norte antes de que caliente el sol. Todo tenía amor y el fuego parecía esperar a que la visita se vaya.

Leave your comment to Cancelar comentario

Su dirección de correo electrónico no será publicada.