Los 14 locos
Luis Sagasti escribe sobre TRAVESURAS NAZIS, lo nuevo de Daniel Riera

El nazismo está vivo en la Argentina. Bueno, quizás en todo el mundo, pero nuestro país —asegura el inquietante Ramulan, uno de los protagonistas de TRAVESURAS NAZIS, la nueva novela de Daniel Riera— es terreno fructífero para el resurgimiento del alma sin alma del nazismo. “Una trama engañosamente disparatada” la de esta novela, señala con muy buen tino Luis Sagasti, que no duda al emparejar estas travesuras de Riera con las de grandes como Aira, Vonnegut y Laiseca.
Cierta intemporalidad y ubicuidad resuena en nombres tales como Red Scharlach, Erik Lönnrot, Treviranus, Yarmolinsky, la quinta Triste-le-Roi. Podemos calificarlos de adecuados y hasta de necesarios si se quiere llevar al mejor puerto (como en verdad se lleva) la rigurosa trama de La muerte y la Brújula: más que a personas de carne y hueso esos nombres parecen aludir propiedades, conceptos. Algunas referencias espaciales, ciertos hábitos, nos indican que la ciudad donde ocurren los hechos es Buenos Aires. Tal vez Borges haya entendido también que la aplicación del álgebra al crimen no es propia en un país donde la barbarie –temida y admirada- late siempre a la vuelta de la esquina. Todo es universal allí en el cuento como también lo es en las Travesuras nazis de Daniel Riera. El lugar es Buenos Aires, claro, es Argentina (y también Alemania) pero los nombres de los personajes, cierta topografía, portan un eco zumbón, de inofensiva simpatía que, lejos de quitarle gravedad, subraya los pliegues profundamente dramáticos de una trama engañosamente disparatada. Boximay, Omiston, Rabilangi, se sitúan en el mismo mapa donde puede ubicarse Córdoba, Aldo Bonzi y Bariloche. En apellidos como Ancaraunir, Materlanis, Langorne, Sipuli, Kaputianes, parecen convivir más de una corriente migratoria. Y no por experimentar con drogas como el servunque, la matita, el cotraloy o la zagorinta los resultados que se aguardan de ciertos experimentos dejan de ser escalofriantes. Para que este prodigioso mecanismo de verosimilitud funcione sin fallas –en medio de Boca y River se alista el club Verdi, a cuyos fanáticos se los llama cafishios- debe haber un nazi con apellido alemán, como bien corresponde. Lo que queremos subrayar es que Buenos Aires es la Polonia de Ubu rey, es decir: cualquier parte.
A diferencia de los siete locos de Arlt, a los que la angustia existencial impulsa a intentar quebrantar el orden para el advenimiento de una sociedad mejor, los catorce locos de Riera son impulsados por la certeza de que el cucú que da la hora de la espada ha sonado otra vez para bien del mundo. Más que angustia hay hastío y desazón, bronca por una política que se califica de mediocre, gris y corrupta. Casi con el deseo primal de poner colores a su vida el narrador de estas “travesuras” encuentra que “la vida en una fiambrería se vuelve más entretenida cuando uno sabe que tiene una misión”. Un alarmante patetismo envuelve a los protagonistas. No puede ser de otra manera. Acaso hoy, con toda su peligrosidad, ¿no tienen algo de caricatura personajes que han sido presidentes hasta hace unos meses o que pretenden serlo dentro de algunos? ¿No se encuentra en la desmesura de sus postulados el tono casi de farsa, tanto su atractivo como la imprudente y temeraria seguridad de que algo tan absurdo no puede ser nunca gobierno?
Nunca la literatura ha soslayado –como tampoco ha dejado de advertir- el riesgo de que ciertas ideas muy tóxicas regresen por lo que creen que es suyo. Ideas que, dadas ciertas condiciones de presión y temperatura, vuelven a tomar cuerpo con renovada indumentaria. Como si se constatara una ley se ha escrito una vez que nada acabará con un estallido (por más que se intente dinamitarlo todo). De algo estamos seguros: estos fenómenos no comienzan a los gritos como si fuesen focos ígneos desperdigados por toda la cartografía. Esos truenos son lo que, tarde, percibimos primero; truenos que ocultan los rayos anteriores que les han dado su sustancia. Y es precisamente sobre estos últimos donde se detiene la aguda atención de Riera. Cómo escribir hoy, cómo acercarse hoy a un proyecto que intenta cubrir de sensatez verdaderos disparates de toda índole: políticos, sociales y económicos. ¿Cómo narrar hoy con eficacia el advenimiento de una ideología donde la intolerancia, la violencia y el egoísmo conforman un triángulo que se tatúa indeleble en la piel que ocupaba antes el sentido común? A partir del dominio pleno de sus materiales Riera nos da una respuesta posible. Con finísima ironía, con elegante desparpajo, nos hace ver, entre otras cosas, que ciertos programas solo pueden entenderse como fenómenos psiquiátricos.
Y sin intentar establecer filiación alguna ni pretender que acabamos de descubrir la pólvora, no dudamos en afirmar que Travesuras nazis comparte un notable estante junto al mejor Aira, junto a Alberto Laiseca y el queridísimo Kurt Vonnegut.
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