DELIA

Por Beatriz Actis

Admirada y reconocida desde un murmullo más bien asordinado pero no por eso menos elocuente —“tiene el secreto del cuento”, decía de ella Elvio Gandolfo— Delia Crochet (Rosario, 1947-2011) fue una escritora rigurosa, atenta a la forma (La forma de la manzana, de hecho, es uno de sus títulos), lo que se dice, una artista. 

Acaso como una manera de reivindicarla, acaso como una simple invitación a leerla, recordamos y celebramos a Delia Crochet de la mano de Beatriz Actis, amiga y lectora que en agosto de 2008 presentó los cuentos reunidos en La forma de la manzana (editorial Recovecos, Córdoba):

Horas peligrosas, abrazos en la oscuridad

En uno de los memorables cuentos de este libro (“La inteligencia de la madera”), la voz de una mesa (“Si se le preguntara, la mesa diría que prefiere sus verdades…”), una mesa que sabe que pronto será desechada, afirma a través de la hipótesis de la voz narradora: “DE HABER PODIDO EXPRESARSE, LA MESA SE HABRIA ALZADO EN ARMAS”.

No sólo este cuento sino el libro en su totalidad dispara ejemplos como los anteriores, dispara una suerte de “metáforas en acción”. Se trata de una perspectiva de escritura que de ninguna manera descansa en una visión simple y unívoca, ya que reviendo o incluso contradiciendo aquel célebre apotegma de Cortázar (En el combate que se entabla entre texto y lector, la novela gana por puntos y el cuento por K.O.), los cuentos de Delia Crochet construyen lenta y nunca ferozmente su trama, clima y sentidos ante el lector, ya que con ellos sucede lo que con ciertas películas, que necesitan ser dormidas por el espectador, el que recién después de llegar del cine, acostarse, pasar la noche y despertar a la mañana siguiente, descubre o las connotaciones del filme o los alcances de su significado o la verdadera intensidad de las emociones que le produjo.

Como Felisberto Hernández, como Silvina Ocampo, como Sara Gallardo o Hebe Uhart (este último “parentesco” es señalado por Elvio Gandolfo en la contratapa del libro), entre cierto particular canon rioplatense, Delia es una escritora que mira y escribe en oblicuo, al sesgo: más que el punto de partida o el de llegada importan los desplazamientos, en algunos pocos casos las fragmentaciones espacio-temporales del relato; en otros, la arbitrariedad de la memoria, los mundos paralelos y posibles de esos personajes sólo en primera instancia cotidianos. 

Digo, son personajes cotidianos, pero esa mirada tangencial que es casi marca de estilo en Crochet, en realidad lo que descubre es el aspecto más original y determinante de esos seres usuales, su opacidad o su delirio disimulado por lo rutinario o por lo previsible, sus obsesiones, sus frustraciones, todo en una atmósfera a veces de palabra entrecortada y de cosas no dichas; otras, de caracterización absolutamente precisa de percepciones y gestos determinados. 

Es justamente lo minimal, lo subterráneo, el sutil y complejo pasaje de lo dicho a lo no dicho, la materia que cohesiona a estos relatos y construye una unidad estilística no siempre frecuente en los libros de cuentos (y tampoco necesaria).

Los textos recogen algunos de los rasgos típicos de lo que podríamos llamar muy genéricamente la narrativa moderna: el lenguaje engañosamente objetivo que ya señalábamos, la mezcla peculiar de ficción y realidad que ancla en climas ambiguos en dos o tres cuentos, un mundo cotidiano y a la vez sutilmente fantasmagórico, esta jerarquización expresiva de lo cotidiano. 

Una de las claves de la eficacia narrativa de estos cuentos es que las percepciones de la realidad suelen aparecer como tras un velo, a través de un trabajo en el límite, llevado por supuesto también al plano del lenguaje, en cuyo aparente registro objetivo, señalábamos, se descubren las huellas de la subjetividad de los personajes, que finalmente determinarán los sentidos del relato.

Llama la atención entonces en La forma de la manzana, la minuciosa composición de cada uno de los relatos, en los que la información es siempre mucha, pero también de alguna u otra manera, equívoca, enigmática, fragmentaria.

Hay en este libro entonces una sutileza de caminos indirectos, de corte inesperado, de pasos inconclusos tras la develación de algún misterio cotidiano. Se dice en  el cuento “Línea de flotación”, pleno de ambigüedades: “Son horas peligrosas. Horas de escarbar el aire con ojos inquisidores, agudos como estiletes….” 

Se dice en “El amor en la hierba”, un cuento sobre muchas cosas pero también sobre la memoria: “Esa era la parte que nos interesaba, la que nos cortaba el aliento, la de los abrazos en la oscuridad, como si estuviesen solos en el mundo”.

Este es sólo en primera instancia un libro de cuentos clásicos, ya que se hace evidente —y eso sorprende— el minucioso trabajo literario que sostiene lo que una mirada fugaz podría calificar como: la arquitectura de lo simple. Es en verdad un libro de horas peligrosas y abrazos en la oscuridad.

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