Viejo es el viento

<b>Por Mariano Quirós</b>
<b>Si el mundo se manejara desde el sentimiento y desborde que propone el indio Overá, es probable que el mundo fuera muy parecido a este mismo mundo nuestro. </b>

Por Mariano Quirós

El viernes 2 de diciembre me di el gusto de acompañar a Salvador Biedma en una especie de nueva presentación de Siempre empuja todo, novela que Salvador publicó en 2018 y que en su momento sentí —como bien señalé ese viernes— “un triunfo de la narrativa extrema”. Narrar acciones, narrar imágenes, narrar sensaciones y marcar una distancia nítida, abismal, de cualquier posible marca intelectual.

El ejercicio de taller literario más difícil de llevar a la práctica. Todos saben (bueno, casi todos saben) exponer una idea. Miren las redes, tan llenas de erudición. Pocos pueden, sin embargo, describir un vaso.

“Qué loco”, dijo Salvador, “hablar de narrativa extrema por una novela en la que no pasa nada”. El triunfo, entonces, sería doble. El asunto es que en Siempre empuja todo sí que pasan cosas.

A la manera de Además, el tiempo (2013), primera novela de Salvador, en la que un veinteañero con ínfulas de escritor fracasado llega a un pueblo bonaerense para “arreglar máquinas”, en Siempre empuja todo hay un hombre, Rubén, que llega a otro pueblo. Rubén es, lo que se dice, un hombre viejo. También es viudo. Su idea era pasar el finde largo con su hijo, que vive en Europa y que por cuestiones de trabajo dejará a su padre en banda. 

Solo, o acompañado por los habitantes de ese pueblo a medias fantasma, el viejo Rubén se enroscará entre otrxs con Teresa (dueña del hotelito donde se aloja) y con la “chica Magnasco” (catorce, a lo sumo quince años).      

-¿Es la vejez un tema que te interese particularmente?, ¿o más bien tenías una historia, incluso un tono, que te interesaba desarrollar?

-En realidad, todo surgió del lugar, no de los temas ni de la historia. En algún momento, no sé cuándo, después de escribir Además, el tiempo, pensé en la posibilidad de armar una especie de trilogía bonaerense, tres textos con una misma estructura, en la que llega alguien de la Capital a tres espacios inventados de la provincia de Buenos Aires. Yo sabía o quería que esta novelita transcurriera en un balneario y al principio pensaba en una pareja de treinta y pico que estaba de vacaciones en la playa, pero no cuajaba y no cuajaba, hasta que el lugar, de por sí, propuso otra historia y otros personajes. Puedo decir a posteriori que la vejez es un tema súper interesante, me interesan preguntas como “¿a partir de cuándo alguien es ‘viejo’?”, y me gusta que pueda leerse entre los temas (porque hay otros, creo) del libro, pero no fue el origen de la historia. Por suerte, a varias personas de una edad similar a la del protagonista no les sonó inverosímil lo que él vive en relación con esto.

-¿Rubén es simplemente un viejo apenado por su vejez o es también un posible inadaptado? En todo caso, ¿los viejos son inadaptados?

-Lo primero que diría es que en muchos aspectos las sociedades actuales se muestran inadaptadas con respecto a la gente mayor. Muchas veces expulsan a los ancianos, muchas veces los convierten en una molestia, un residuo, una sobra. Eso no basta para transformar a las personas de cierta edad en santos o en meras víctimas, desde ya. Rubén está solo y enojado durante los pocos días en que transcurre la novelita. No tiene ninguna red de contención. Me interesa el término que usás: inadaptación. Creo que hay algo de eso. Porque está claro que “correspondería” que Rubén, por su estatus o su clase social, estuviera en otro sitio, en una casa residencial, en vez de alquilar una pieza en un hotelito de los suburbios. Del mismo modo, “correspondería” que esté con Teresa, la dueña de ese hotelito, y no con la chica Magnasco.

-A la vez que el cuerpo expone sus achaques, la realidad, las percepciones de Rubén se vuelven confusas… y esa confusión viene plagada de pensamientos y recuerdos más bien oscuros. ¿La degradación del cuerpo vendría acompañada por una emergencia de cierto perfil siniestro?

-Uno tiene achaques en el cuerpo a cualquier edad, desde que nace. Con los años, muchos de esos achaques son atribuidos a la vejez. Lo mismo ocurre con las cosas de la mente. El olvido que a los treinta años dejás pasar, a los sesenta, setenta u ochenta quizá se transforme en el miedo a la inminencia de un deterioro cognitivo. Casi se puede decir que la novela transcurre dentro de la cabeza de Rubén y está claro que hay confusión (sea o no por un deterioro cognitivo) entre qué es fantasía, qué es memoria, qué es deseo, qué es voluntad, qué es lo real. A su vez, el número de recuerdos y el modo de recordar a distintas edades no es el mismo. La degradación del cuerpo y de la mente, que a veces se dan en paralelo, puede resultar bastante patética y, sí, en este caso tiene mucho de siniestro, incluso en el sentido que le da Freud a lo siniestro cuando habla de “El hombre de arena”, de Hoffmann: lo familiar que se vuelve extraño. Sin embargo, cualquier personaje, a cualquier edad, tiene un costado oscuro y siniestro, incluso más que un costado. De hecho, los demás personajes, empezando por Teresa, tienen más de una actitud bastante jodida.

-Las mujeres en la novela son la gran fisura de Rubén, que insiste en varios pasajes con la idea de romperlas. La mujer rota… ¿Hay en ese sentido una intención coyuntural?, ¿por colocar la novela en diálogo con la actualidad política y social?

-Soy muy lerdo para todo. Si en general los procesos para que uno logre una cantidad de páginas que puedan convertirse en libro resultan largos y hay una distancia grande desde que uno da por terminado un texto hasta que eso llega a manos de los lectores, con mi lentitud eso raya la exageración. Entonces, cuando se edita la novela, me olvidé de muchas cosas que pasaban mientras escribía. Sé que tenía escritas las primeras páginas antes de que saliera Además, el tiempo, que apareció en 2013, y Siempre empuja todo salió en 2018, cinco años más tarde. Ciertos cambios con respecto al lugar de las mujeres, ciertos intentos de cambiar un paradigma, la centralidad que pasó a tener en la agenda de la opinión pública (por suerte) la violencia de género, el lugar protagónico de los feminismos en este tiempo, todo se ha dado muy rápido, con la urgencia que requiere. Más allá de que son luchas que llevan siglos, con mojones en distintas épocas, en los últimos años cobraron otro apuro y otro espacio. No recuerdo en qué punto de esa coyuntura tan dinámica empecé a pensar una historia así, pero el momento de la escritura era necesariamente muy distinto al momento en que se publicó y el momento en que se publicó era muy distinto al actual. Desde luego, uno siempre está influido por la coyuntura y más en asuntos tan trascendentes. Con mi lentitud, con los tiempos del mundo del libro, con lo poco que podría aportar un librito mío en un debate tanto más amplio, creo que es difícil que una ficción sirva para una discusión actual, fuera de que parecería banalizar estos temas que uno diga “actualidad”; aparte, son más viejos que el agujero del mate, nos guste o no. Puedo decir, sí, que mi novelita claramente se propone, desde el mínimo lugar de un mensaje en una botella tirada al mar, cierta clase de denuncia y un ánimo de reflexión sobre las violencias contra las mujeres, las violencias machistas, la pedofilia o cuasi pedofilia, el aspecto terriblemente monstruoso que puede adquirir el deseo masculino, temas tan ásperos que con sólo mencionarlos se me pone la piel de gallina. Por algo terminé de escribir algunas de esas páginas temblando.

-Rubén quiere escribir y no puede, ya sea por falta de disciplina, por dispersión, se frustra una vez y otra. ¿Podría la escritura haber sido una salvación posible para Rubén? ¿O no pensás la escritura en esos términos?

La escritura es algo tan chiquito y personal y, en líneas generales, tan trabajoso y frustrante (a la vez que placentero, desde ya, uno no se dedica al mero masoquismo)… De pronto podés escribir tres versos y que te parezcan admisibles o hasta gratos, pero los releés al otro día y pensás “en qué momento me pareció interesante esto”, hacés un bollo y los tirás. Creo que Rubén tiene una fantasía sobre la escritura. Él se dice de algún modo “ahora voy a poder escribir” y se encuentra con las dificultades o la resistencia propia de los materiales con los que uno escribe, con la distancia entre su fantasía y lo real. Más allá de esto, creo que la escritura (de ficción, al menos) no podría ser una salvación. Lo que termina salvando a Rubén, lo que lo redime de lo que por un lado desea y por otro no quiere hacer, es la muerte.

-La música es otro elemento determinante. La música clásica. De hecho es lo que establece la conexión de Rubén con la chica Magnasco. ¿Podría haber sido otra la música que acompañara a Rubén?

Gracias por hablar de la música, Mariano querido. Me parece fundamental siempre. Tal vez sea lo más profundamente humano. Un libro queda ahí, en una biblioteca (si tenemos suerte), como una pieza de museo, mientras que la música está siempre viva, se te pega, la podés silbar en cualquier lado, en cualquier momento. Julieta Lopérgolo me dijo algo muy hermoso cuando leyó Siempre empuja todo: “No sabía que la música se podía usar como adjetivo”. Lo primero que atrae a Rubén y que lo corre del lugar en el que está, como decís, es la música. Después, tras el hilván de la música, viene la chica Magnasco. En realidad, esto surgió de una idea que tuve hace años para un texto: alguien va a golpearle la puerta una y otra vez a un vecino pianista porque no lo deja dormir y terminan haciéndose amigos. Esa idea nunca la pude escribir. Que se trate, en Siempre empuja todo, de música clásica permite varias cosas, creo, ayuda al verosímil y al ambiente. Si fuera heavy metal, por ejemplo, no podría haber un ejecutante solitario. Da hasta gracia pensar lo distinto que sería el tono de la novela si la chica tocara con una guitarra canciones típicas de fogón, estilo “Rasguña las piedras”. Por otra parte, me parece que está bueno correrse de los estereotipos al narrar: no todos los adolescentes escuchan sólo trap o reggaeton o pop, seguro hay muchos que escuchan a Liszt, a Wieck, a Gershwin. A los catorce años yo escuchaba todas las mañanas al menos una canción de Gardel. Raúl Carnota hacía tremendas chacareras sobre la salamanca vestido con una musculosa de Megadeth y eso no era menos válido que lo que cantaban Los Chalchaleros con sus atuendos tradicionales. Debe haber chinos a los que no les guste el arroz, cubanos que bailen de manera desastrosa, brasileños que jueguen mal a la pelota. Lo real está tan lejos, muchas veces, de los estereotipos… Y uno escribe para hablar de lo real. O para pensarlo. Tu pregunta me lleva a pensar si podría tocar otro instrumento la chica Magnasco. Y creo que no, no podría abrazar un violoncello o empuñar una flauta traversa. Hay algo casi simbólico en las líneas rígidas del piano, las teclas blancas y negras, esa cosa medio monumental, medio de mole que tiene el piano, como si se tratase de acariciar un edificio o una estatua, inclusive el hecho de que el piano no se interprete de frente al auditorio, que sirve para indicar el carácter de ese personaje.

-No quiero olvidarme del perro… como un fantasma, como un marginal, hay un perro, un perro curtido, que sobrevuela cada pasaje de la novela, ¿qué rol, qué papel le toca a ese perro?

“Fantasma”, la palabra que usaste, me parece perfecta. Es, sin dudas, una presencia inquietante, un testigo inútil, que no puede hablar, pero que no deja de ser un testigo. Y es un personaje aunque no tenga un discurso propio. Además, no se entiende bien cómo o por qué aparece de pronto en una habitación cerrada, lo cual roza lo fantástico. Si pensamos que Siempre empuja todo dialoga con Además, el tiempo, ese rol sería similar al de la bebé que no habla, pero ve y escucha, en la novelita anterior.

Siempre empuja todo es parte de una trilogía… ¿qué podrías contarnos sobre esa trilogía? ¿Qué lazo une estas tres historias?

En las tres novelitas (la tercera la estoy corrigiendo) el protagonista llega de la Capital a un lugar inventado de la provincia de Buenos Aires, donde hay una sociedad más o menos “cerrada” que funciona de cierto modo y el protagonista –varón– resulta una suerte de extranjero. Las tres transcurren en cuatro días y están divididas en un capítulo por día. Con mis obsesiones, aunque pasan en épocas distintas, la primera empieza un jueves y termina un domingo, la siguiente comienza un lunes y cierra un jueves y la última se inicia un viernes, como si esos días seguidos de la semana señalaran también una continuidad. En las tres aparecen la música, los perros, el cigarrillo, la pesca, lo sexual, el calor… Y los tres protagonistas son bastante peleles, les cuesta decidir o plantarse, dejan que otros decidan por ellos. No se repiten los personajes ni el lugar, cada novela tiene dos o tres temas propios, distintos, pero las une, sobre todo, la estructura y la imagen de un hombre que viene de “afuera”, amén de pequeñas repeticiones, elementos como los que mencioné (hay varios más; por ejemplo, en las tres aparece un dedo cortado o se ve la incomodidad del protagonista en relación con supuestas complicidades entre varones). Cada título tiene tres palabras y seis sílabas y se continúan: “Además, el tiempo siempre empuja todo…”. 

-¿Cuánto tiempo te llevó llegar a la versión final de la novela?Mucho. Como decía, soy lento y, como decía, las primeras páginas estaban escritas ya antes de que se publicara Además, el tiempo. Hubo, digamos, tres instancias. Una, la escritura del principio, de esas primeras seis o siete páginas que después revisé y corregí mil veces. Ahí ya estaban delineados el personaje de Rubén, la fisonomía del lugar y aparecía mencionada Teresa. Bastante después vino la escritura propiamente dicha, eso de sentarse todos los días a escribir, a releer y seguir, mañana tras mañana, por más que a veces avanzara muy poquito. Eso me habrá tomado unos tres o cuatro meses. En esa etapa la regularidad me parece importantísima. Que la escritura forme parte de mi rutina y estar con el tono, el ambiente, los personajes en la cabeza, convivir con ellos. Estoy en la ducha o en el colectivo y de pronto es: “ay, en la página 46 hay un gesto que no describí” o “en esta escena conviene agregar un olor”. Después viene la época de alejarse del texto, de dejarlo quizá medio año antes de hacer una primera revisión con la cabeza más fresca. Dejar pasar meses otra vez antes de una segunda revisión, pasarles el texto a amigos, a ver qué dicen, corregir según lo que aportan otros. Creo que corrijo bastante mejor de lo que escribo. Y uno sigue corrigiendo hasta el último instante. Te dan de la editorial el texto para que le des un vistazo antes de entrar en imprenta y decís “¿cómo se me pasó esta repetición tan evidente?” o “¿cómo no vi que acá quedan tres infinitivos juntos?”. Lo mejor de ese momento es que aprovecho para insultarme a gusto, cosa que nunca está de más: ¿Cómo puedo ser tan pavote, tan pelotudo, tan imbécil?

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