La di-sección del cuento

Salir con Samanta Schweblin

Por Virginia Feinmann

Amigo, amiga, sentate. Respirá hondo, bajá los hombros. Vas a leer. No vas a ver un video, no vas a pasar el dedo frenéticamente por historias de tiktok. Tampoco vas a escuchar un podcast. Vas a leer un cuento como se hacía antes. 

A partir del tercer minuto van a disminuir tu ritmo cardíaco y tu tensión muscular. Se activarán tu memoria de corto y largo plazo. Reducirás el estrés de la vida cotidiana en un 68%. Mejorará la calidad de tu sueño. Se expandirá tu vocabulario y tendrás más fluidez de lenguaje y agilidad mental. 

Pero si REALMENTE querés completar la experiencia, volvé que analizamos el cuento acá, en “La di-sección del cuento”. Hoy: “Salir” de Samanta Schweblin.

“Salir” de Samanta Schweblin es un cuento armado en dos planos. Uno real, otro onírico o de “escisión” psíquica (y después de vuelta al real).

El escape mental parece ser una reacción a una situación de crisis, a un momento en el que es necesario tomar una decisión muy difícil. Entonces el yo “sale” un ratito a pensar: ¿Deja a su marido o no? ¿Cómo sería estar con otro hombre?

Un buen dato para diferenciar los dos planos, además de esa sensación de “irrealidad” que caracteriza al plano 2, es el meteorológico, el estado del tiempo. En el plano 1 –y así empieza el cuento–, tres relámpagos iluminan la noche y la vecina sale a buscar la ropa tendida: está a punto de llover.

En el plano 2, una brisa agradable llega desde Chacarita y la noche está demasiado linda para meterse en un coche

Probablemente la mención a la Chacarita no sea casual. Este cuento está muy emparentado con “Ómnibus” de Cortázar, en el que un viaje normal en el 168 empieza a volverse inquietante, los pasajeros parecen muertos vivos y el chofer, aunque los protagonistas van hasta Retiro, quiere obligarlos a bajar en el cementerio de la Chacarita. Samanta echa mano de varias de esas referencias –las miradas de reproche de los demás, el diálogo tímido con un desconocido– y así logra acentuar su clima EXTRAÑO.

¿Qué requiere un cuento para ser extraño? Antes que nada, una atmósfera. Una puesta en clave. Un entorno lo suficientemente incómodo como para que, por ejemplo, no nos riamos de lo que leemos. Lo extraño, lo fantástico, lo siniestro, lo ominoso, dice Freud en Das Unheimliche es aquello que era familiar y de pronto deja de serlo. Por muy poquito. Apenas un corrimiento que nos hace dudar, nos da un escalofrío. ¿Esa persona es mi marido? ¿Esa persona es mi madre? ¿Estuve aquí antes? Ese actor que tanto me gustaba… ¿se hizo algo en la cara? Ese perro de peluche de mi hijo… ¿tiene el pelo más largo? 

Ahora, cuál es el propósito de crear un clima extraño. Al servicio de qué historia, de qué contenido, pone Samanta Schweblin esta forma.

Decíamos que en el plano 1 había una crisis matrimonial. Me gustan los elementos que usa ella para narrar esta crisis sin tener que explicitarla. Tras un largo silencio… el té ya frío… sus ojos rojos… su frazada tirada a los pies del sillón (su frazada: como si muchas veces se la hubiera llevado para dormir solo), dos tazas vacías, un cenicero con colillas y pañuelos usados.

¿Y cómo crea el clima de irrealidad del plano 2? ¿Cómo se da ese paso?

Y entonces algo sucede, algo en los músculos.

Atención, en casi todos los cuentos de Samanta Schweblin es posible encontrar la frase “Entonces sucede”. Parece ser su marca registrada, el clímax de la atmósfera por la que viene trabajando. 

A partir de ahí el cuerpo responde a otras leyes y todo empieza a ocurrir en un plano onírico.

Mi cuerpo da otros dos pasos (no los doy yo, no hay conciencia). Movimientos lentos, pausados… 

No tengo llaves, pero no me preocupa… estoy desnuda bajo la bata (qué clásico de los sueños, ir descalza o en camisón por Corrientes y Callao, pleno centro porteño)… un estado de alerta libre de juicio.

También hay un mecanismo típico de los sueños cuando el protagonista dice que no es techista sino escapista porque arregla caños de escape.

Esas asociaciones de palabras que son la vía al inconsciente –¿o no siente ella que tiene un techo? ¿no quiere acaso escapar?– y que aportan, como decíamos, al clima onírico.

Otro desplazamiento típico es que en lugar de que los hombres rivalicen por vincularse afectiva o sexualmente con ella, rivalizan por ver quién le seca mejor el pelo. El pelo en esta salida-sueño quiere decir definitivamente algo, la soltura con que ella lo lleva al salir, su bienestar, la propuesta de ir secándolo de a poco en un paseo en auto, el kiosquero que ofrece un secador (¿más potente? ¿más largo?) y ella que se lo cubre otra vez con su propia toalla, porque no dejará que otro se lo seque, para volver a su casa. En fin, la temporada de asociaciones está abierta. 

Pero qué pasa en concreto en el plano 2, dónde vemos el sucedáneo de la “aventura con otro”. Algunos elementos comienzan a anunciarla. Él está casado y en falta con su esposa. Ella piensa en contarle algo íntimo, en darle algo de sí (lo de su hermana). Hay una mirada externa que reprueba y condena (la mujer que pasa por la vereda, el hombre del kiosco). Hasta que llega mi escena favorita: la parodia –un desplazamiento, cómo no– de un encuentro sexual que NO FUNCIONA.

¿Caminamos?

Asiente y cierra el coche. Las ventanas quedan abiertas, tal como habíamos acordado. Los primeros pasos son desordenados. Él camina cerca del cordón, sin ritmo, cruza a veces los pies, sorprendido por su propia torpeza. No encuentra el paso, me digo, hay que ser paciente.

Dejo de mirar para no incomodarlo. Miro el cielo, el semáforo. Camino más despacio a ver si eso ayuda, pero él queda adelante. Se detiene fastidiado, vuelve y me espera. Coincidimos un par de pasos pero nos desincronizamos otra vez. Entonces me detengo yo. 

No está funcionando –digo.

Ayyy qué nerviosa me pone esa conexión de cuerpos que no se da. A partir de ahí, todo será vuelta al orden conyugal, a lo dado, al statu quo. 

–¿Quiere contarme lo de su hermana?

Niego.

–¿Quiere que la alcance al departamento?

–Mejor vuelvo sola. Ud. llame a su mujer. Seguramente ahora sí quiera llamarla.

Todo se reacomoda. Ella cruza de vereda, regresa. Reafirma su modo de caminar, reconoce su edificio. Esa es la clave de su puerta. Ese es el botón del ascensor que la llevará a su piso. Se cubre otra vez el pelo con la toalla.

Lo descarriado se centra. Lo liberado se vuelve a encerrar.

Y la vuelta al plano 1 es tan irreal como lo había sido la salida. Atención cuentos de pasaje de un plano a otro: es importante no hacer explícito el pase. Nunca dirá Samanta “de pronto la puerta se desintegró y yo estaba adentro” o “sin darme cuenta me encontraba en otra dimensión”. No. Apenas un parpadeo de las luces y la puerta que está sin llave. Adentro, todos los muebles cargan el peso de todos los objetos compartidos durante todos los años en común. La repetición de esos todos agobia. 

Todo, además, está aterradoramente intacto. Qué calificativo. ¿Será el que le cabe a nuestras claudicaciones?

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