Insecto en el ámbar

Por Federico Watkins

Retrato de Kurt Vonnegut: Federico Reggiani. Óleo sobre lienzo, colección particular.

Este 11 de noviembre Kurt Vonnegut Jr. cumpliría cien años. Con su obra cumbre, Matadero 5, corrió el velo de silencio que pesaba sobre el bombardeo aliado a la ciudad alemana de Dresde y se lo contó a Occidente. Creó a los tralfamadorianos, la raza alien que considera que el tiempo no es sucesivo sino que transcurre a la vez: morir sería solamente un capítulo más de la vida pero no el último. Kurt Vonnegut Jr., el gran escritor de Indianápolis, el heredero de Mark Twain, cumple cien años, quince de muerto, setenta y siete de veterano de la Segunda Guerra. Bienvenidos al siglo de Kurt Vonnegut Jr., el tipo que vio el futuro y era una porquería peor: nuevas armas, nuevas formas de amenazar nuestro propio planeta y más idiotas que nunca. Feliz cumpleaños cuando quiera que estés, ciudadano fuera del tiempo.

Es febrero de 1944 y en su involuntario refugio en Dresde, bajo atmósferas de bombas cayendo, Kurt Vonnegut Jr. cierra los ojos. ¿Qué hace él ahí? ¿Justo él, que nació un 11 de noviembre, aniversario del Día del Armisticio, el fin de la Primera Guerra Mundial? 

Cuando se quiere acordar, es junio de 1954: Eisenhower rebautiza el Día del Armisticio como el Día del Veterano. Kurt Vonnegut Jr. parpadea y viaja a 1973: publica Desayuno de Campeones. En una de sus páginas dice: “Hubo un tiempo en el que el Día del Armisticio era una fecha sagrada: todos los habitantes de las naciones que habían peleado en la Primera Guerra hacían silencio durante el onceavo minuto de la onceava hora del onceavo día del onceavo mes. Fue durante ese minuto de 1918 cuando millones de seres humanos dejaron de masacrarse unos a otros. Todos quienes estuvieron en los campos de batalla me han dicho, de un modo u otro, que el silencio que se hizo era la voz de Dios. Ahora no existe más: lo convirtieron en el Día del Veterano”. Segunda semana de noviembre de 2004: el texto circula por internet como respuesta a las celebraciones de ese año, a cargo de George W. Bush.

Kurt Vonnegut Jr. vuela fuera del tiempo. Es 1944 y no es el escritor jubilado y quejoso de 2004 sino un joven de Indianápolis que ha renunciado por primera vez al sueño de ser escritor y ha estudiado, en orden, biología y antropología. Surca el Atlántico asustado: él y todos los soldaditos que viajan con él. Es un niño de veintidós años, “como todos los que mandan a morir a las guerras”. Cuando se da cuenta es 14 de mayo, faltan unos meses para ir al frente. En el Día de la Madre la suya, Edith Lieber Vonnegut, se quita la vida. Es, ahora, 1984. Presa de una depresión crónica, Kurt Vonnegut Jr. intenta matarse con pastillas y alcohol. Mareado, parpadea y está en los noventas: un periodista le pregunta sobre el suicidio, obviando u olvidando el tema de su madre. Le responde que lo haría, pero que no le gustaría traumar a sus propios hijos.

Es el tiempo sin principio ni final en el planeta Tralfamador. Billy Pilgrim, el protagonista de Matadero 5, la novela más famosa de Kurt Vonnegut Jr., una de las más populares del siglo XX, la que lo enriqueció y le dio fama, bestseller antibélico inmediato en épocas de Vietnam, conoce a los tralfamadorianos, que tienen un concepto del tiempo un poco diferente. Billy dice: “Somos insectos atrapados en el ámbar. Todos los momentos, el pasado, el presente y el futuro, siempre han existido y siempre existirán. Los tralfamadorianos pueden contemplar todo lo sucedido de la misma forma que nosotros, por ejemplo, podemos observar cualquier trecho de las Montañas Rocosas. Saben cómo empezó el universo y cómo terminará”.

Resulta que Kurt Vonnegut Jr. también ve el fin del mundo: es el 14 de diciembre de 1944. Tiene veintitrés años, se separa de su batallón. Está en los dominios de la cruel batalla de las Ardenas: solitario, asustado, vaga durante días y lo capturan los alemanes. Lo envían a un campamento para prisioneros de guerra en Dresde.

Parpadea y es la larga noche del 13 al 15 de febrero de 1945: la Royal Air Force de Winston Churchill deja caer más de tres mil quinientas toneladas de bombas sobre la hermosa Dresde, también conocida como la Florencia del Elba. La ciudad, carente de objetivos militares, tan alejada de la guerra como la Antártida, abocada al arte, a la creación de porcelana fina, chocolates y relojes, sucumbe. Tormentas de fuego la arrasan y calcinan a ciento treinta y cinco mil personas, uno de los grandes asesinatos en masa de la historia, preámbulo sin prensa de Hiroshima y Nagasaki. En esta noche hirviente y sin fin como la muerte, él y sus seis compañeros (entre los que se encuentra Bernard O´Hare, personaje en Matadero 5), sobreviven encerrados en un depósito subterráneo, el número 5: protegido de la masacre, el prisionero de guerra Kurt Vonnegut Jr. piensa en el Día del Armisticio. Puede escuchar los gritos en la superficie, la carne haciéndose vapor, las madres yéndose a la eternidad fundidas a sus hijos. 

Es los sesentas. Kurt Vonnegut Jr. dice que la experiencia de Dresde no lo afectó en nada. Como los tralfamadorianos: “En otros tiempos hemos vivido guerras mucho más horribles de lo que se pueda imaginar. Pero las ignoramos. Nos pasamos la eternidad viviendo solo los momentos agradables”. 

Es 1968, 73 y 84 a la vez: en el documental Kurt Vonnegut fuera del tiempo, de 2021, el realizador Robert Weide (el de Curb your Enthusiasm, la serie de Larry David post Seinfeld) expone los ataques de ira de su protagonista. Las hijas Vonnegut, a cámara, desmontan la coraza del tipo que mucho sufrió pero poco mostró: en la vida diaria podía ser un padre áspero. Se encogen de hombros: ¿Qué se le puede decir a un tipo que pasó dos noches bajo el infierno?

Kurt  Vonnegut Jr. parpadea y es la mañana del 15 de febrero de 1945: él y sus compañeros dejan la anecoica seguridad del escondite y se asoman al horror. Viaja veintitrés años en el futuro para narrarlo y vuelve al ahora, a la superficie arrasada, donde es utilizado por un indignado ejército alemán para mover, acomodar y enterrar las centenas de cadáveres calcinados. 

Parpadea otra vez y va al 24 de marzo de 1965. Kurt Vonnegut Jr. sabe que su obra maestra se llamará Matadero 5, que será un alegato antibélico único. Quiere homenajear a los muertos y a las víctimas de esa y todas las guerras a la vez que intenta exponer las atrocidades de un evento histórico del que es víctima, testigo y cronista. Visita a su viejo colega y compañero de prisión y veterano de guerra, Bernard O´Hare, que vive con su esposa Mary y sus dos hijos. Mary está angustiada, teme “a los relatos que usa el cine para promover las guerras, que son llevadas a cabo por niños como nuestros hijos”. Kurt Vonnegut Jr. le promete que su novela jamás podrá ser representada por John Wayne o Frank Sinatra, y que llevará de subtítulo La cruzada de los inocentes. Se hacen amigos y a ella le dedica el libro, que se publica el 31 de marzo de 1969, se convierte automáticamente en bestseller y lo hace conocido en todo el mundo. A él y a las atrocidades que él vivió. Gran parte de Occidente se entera del bombardeo a Dresde hecho por ellos mismos bajo lineamientos que a esa altura de la contienda se habían desdibujado. Un bombardeo innecesario dentro de los alucinados parámetros de la Segunda Guerra Mundial, la guerra que fue a la vez cima del conocimiento y de la necedad. 

La vieja máquina de escribir de Kurt Vonnegut Jr. hila 1944, 1965 y 1969: está tardando veinticinco años en escribir su magnum opus: finalmente encuentra cómo contar la barbarie, sabe en qué momentos reírse y en cuáles no. Encuentra a su alter ego Billy Pilgrim y lo rodea de personajes que lo ayudan o lo quieren asesinar y también a su otro alter ego, Kilgore Trout. Billy Pilgrim es un niño soldado que escucha cómo arrasan Dresde a la vez que es un oftalmólogo maduro, casado. Billy Pilgrim peregrina por el siglo. Va y viene desde y hacia Dresde. Es un viajero involuntario a través de la urdimbre del tiempo gracias a los tralfamadorianos, que lo manipulan y lo hacen ir y venir. Kurt Vonnegut Jr., la máscara tras la que se esconden a la vez Billy Pilgrim y Kilgore Trout, lo usa para ilustrar al mundo sobre la banalidad del horror en clave sci-fi paródica. Billy Pilgrim viaja de suceso a suceso: nos dice que nada es tan definitivo, ni la muerte, y que solo la perspectiva de ver todo a la vez es la única forma de verlo.

Como ahora, que es 1930 y se derrumba el alto estilo de vida de la familia del arquitecto Kurt Vonnegut Sr. Todo se evapora, se mudan a una casa de alquiler. Ese fracaso económico y social comienza a quebrar a Eddie Lieber Vonnegut, su esposa. Al pequeño Kurt, Laurel y Hardy le enseñan a tomarse la vida con humor: tiene diez años. Ahora es 1980 y dice: “Todos en Indianápolis estaban deprimidos. Abandonamos el hogar. Sinceramente, a mí no me importó una mierda, ja ja”. 

Una cachetada del tiempo lo lleva al dos mil, y ahora pasa haciendo el indio por una de las paredes del colegio público al que lo habían tenido que cambiar hacía setenta años. Weide lo sigue con su cámara. Kurt desarrolla lo de Laurel y Hardy: “Cuando era un niño, y estaban ocurriendo un montón de cosas serias como la Gran Depresión y todo eso, fueron ellos los que me dieron permiso para no tomarme la vida seriamente. Y resulta que tenían razón: está muy bien reírse hasta que no das más”. La vida es un asunto serio y por eso escribe libros con humor. Por ejemplo, la prosa de Matadero 5, que tiene la levedad del mármol. Como una bomba, o tres mil quinientas toneladas de ellas: “Reír y llorar pueden ser respuestas al agotamiento y la frustración. Yo prefiero reír, simplemente porque hay menos que limpiar después. Digo cualquier cosa para ser cómico, a menudo en las situaciones más horribles”.

Es 1972 y sale la película Matadero 5, del director George Roy Hill. Kurt se traslada a la producción del film, en la que tiene silla, oficina y hasta un pequeño cameo justo cuando su hijo Mark sufre un colapso nervioso. Kurt Vonnegut Jr., que no solo está fuera del tiempo y viaja por sus pliegues sino que además es una figura pública, se desdobla entre el padre preocupado y su nueva posición en la meca del cine. Un anticlimax que sorprende a propios y extraños pero no a él que ahora, 1970, deja a su esposa Jane Cox. Muchos dicen que a raíz del éxito y su repentina fama. No importa, importa que ahora es 1946. Jane le da a leer Los hermanos Karamazov. Es la madre de sus hijas, su gran amor, su sostén en la carrera literaria. De pronto Kurt viaja a 1920: están en el jardín de infantes, la conoce. Y ahora es 1948 y llegan los rechazos: Esquire, New Yorker. Jane, su secretaria, su mentora, su admiradora, vuelve a enviar las cartas. Su insistencia es clave. 

Kurt Vonnegut Jr. viaja a 1950. Sobre el piano hay un ejemplar de la Collier´s y un cheque de setecientos cincuenta dólares. La Collier´s publica Report on the Barnhouse effect, su primer relato. Va a dejar su “trabajo de pesadillas” en la General Electric, como le confiesa a su padre en una carta. 

Parpadea. 1947. Su hermano lo hace entrar a la General Electric como publicista. El trabajo consiste en registrar los avances de la compañía. Ve el futuro. No es su primera vez, pero ahora lo ve manufacturado: el futuro es máquinas y bombas. Ya sabemos cómo son las bombas. Pero las máquinas le quitarán el trabajo a la humanidad. Es lo que viene: Kurt Vonnegut Jr. vislumbra cómo los avances tecnológicos parten al medio el tejido social. Avanzan lentos los meses. Comienza a escribir fuerte y a encontrar un estilo. La General Electric lo agobia y las circunstancias de su tarea lo hacen sentir incómodo (todo lo que él piensa de la vida, comenzando por sus sentimientos hacia la guerra, se choca contra la General Electric). 

Llega vivo a 1950. Empieza a publicar de forma constante. El mercado editorial, que compite contra la televisión, es demandante: necesita muchas historias. Collier´s, el Saturday Evening Post, Cosmopolitan, Argosi, decenas, que pagan muy bien. Se llena de plata y no lo puede creer. Es 2021, Robert Weide lo muestra en los años ochenta riéndose mientras cuenta cómo se llenó de dinero. La misma risa que eligió para hablar de Dresde, pero con distintas motivaciones. 

Es 1947, y la Universidad de Chicago le rechaza su tesis de posgrado, La forma de las historias, en la que postula que el devenir de cualquier relato se puede dibujar sobre papel cuadriculado. Una tesis hermosa, práctica, simple y divertida. Mucho para la facultad. Abandona luego de ese mal trance la vida académica, y el portazo lo lleva a veinte años después. En un reportaje dice: “Salí de Chicago sin el título. Todas mis ideas habían sido rechazadas, así que tomé un trabajo como agente de relaciones públicas para General Electric en Schenectady, Nueva York”. 

Es 1963, publica Cuna de Gato, la historia del mortífero Hielo 9. Kurt Vonnegut Jr., que ha visto el infierno en la Tierra, y lo ha visto más de una vez, no pretende alejarse de su núcleo de interés y escribe una novela de pesimista final que lo hace obtener finalmente su maestría: en Chicago terminan aceptando como disertación la distopía en la que el narrador va a buscar a la isla de San Pedro al mismísimo inventor de la bomba atómica, que se había descolgado con el Hielo 9, solicitado por el Proyecto Manhattan, y que terminaría destruyendo la vida en la Tierra.

Es 2001. La cámara de Robert Weide lo ve rendirse a la tristeza, que es finalmente la de 1929. Kurt Vonnegut Jr. ya no echa mano a Laurel & Hardy. Se rinde a la nostalgia visitando la mansión de la que el Crack lo había expulsado. Están en Indianápolis él, Weide, la cámara, todas las tristezas juntas, y recuerda a su familia mientras repasa con los dedos en un balconcito las huellas que habían dejado todos en el entonces cemento fresco de la baranda.

Su paseo temporal frena en el 48. Tiene la idea de la novela Player Piano sobre una antiutopía en la que las máquinas han reemplazado a los humanos. Pero se da cuenta de que, otra vez, va a chocar con la Misión, Visión y Valores de la General Electric. Es su encuentro con la realidad. Es 1952, alejado de la empresa y con un adelanto de dos mil quinientos dólares en la mano, la escribe.

Pero tras un parpadeo, está en 2003. Kurt Vonnegut Jr. sabe que se muere, que en cuatro años se muere. Lo sabe porque él mismo es un tralfamadoriano y porque, ahora, que es 1942, abraza un árbol y puede ver en ese árbol toda la masacre que ocurrirá en Dresde. Es 2003 y da una charla en el museo en la casa de su amado Mark Twain. Pero se señala el bigote y planta bandera. “Primero lo primero. Quiero que quede muy claro que este bigote que uso es el de mi padre. Debí haber traído una fotografía suya. Mi hermano mayor, Bernie, ahora fallecido, fue un físico y químico que descubrió que el yoduro de plata a veces puede hacer que nieve o que llueva: él también usaba este bigote”. 

Es 1952. Su hermano Bernard Vonnegut, el famoso de la familia durante mucho tiempo, renuncia a la General Electric. Bernard es parte del proyecto Cirrus, creado con la idea de controlar las nubes y, por ende, el clima. El proyecto se queda sin fondos y se van los dos, aliviados: el sueño altruista de crear bosques en los desiertos se estaba llenando de sombras y dudas. En el instante siguiente es 1972. En el show de David Frost, Kurt dice: “Mi padre y mi hermano eran tecnócratas y creían que los ingenieros podían encarrilar el mundo, cosa que creí durante mucho tiempo. También creí que para 1945 ya habríamos acorralado a Dios para sacarle una foto e imprimirla en la portada de Mecánica Popular. En cambio, tiramos la bomba sobre Hiroshima”.

Kurt, ahora, mira fijo a su público. Es 2003. “Se dice que Mark Twain derramó una lágrima de gratitud cuando recibió honores en Oxford por sus escritos. Y yo debo derramar también una lágrima debido a que se me ha invitado a hablar bajo los auspicios de la sagrada casa de Mark Twain aquí en Hartford”. El Memorial de Lincoln en Washington DC le parece tan sagrado como esa casa. Lincoln, el primer humanista, el que se opuso a la invasión a México, a las guerras imperialistas diseñadas para “incrementar los recursos naturales y los cuadros de mano de obra dócil que tienen a su disposición los estadounidenses más ricos y con los mejores contactos políticos”.

Cierra los ojos y vuela hacia 1979. Publica Pájaro de Celda, la historia de las tropelías de su país en el siglo veinte, comenzando por la ejecución de Sacco y Vanzetti. Walter F. Starbucks, egresado de Harvard, a punto de cumplir condena, repasa su historia, atada con un hilo de corrupción y agachadas a la historia grande de los Estados Unidos. Coyuntural y contestatario, Pájaro de Celda también usa el humor para decirnos que detrás del humo en retirada de la bomba atómica hay esperanza, hay risa, hay humanidad.

Pero ya no está en 1979 sino en 1965. Si Walter F. Starbucks atraviesa el siglo, si los tralfamadorianos y Kurt viven a la vez en todos los momentos de la historia, Kilgore Trout es todo eso a la vez. Es 1965 y aparece a la vida, al mundo. Kilgore Trout es uno y es muchos: en 1972 es autor de ciento diecisiete novelas y dos mil cuentos de ciencia ficción. Además, dicen, Kilgore Trout es el alter ego de Kurt Vonnegut Jr. Hay tantos Kilgore Trout como estados de ánimo de su autor: es una de las cadenas invisibles que atan su obra. Nació en 1907 y también en 1917. Aparece en Matadero 5, Desayuno de Campeones, Galápagos, Pájaro de Celda y Dios le bendiga, Mr. Rosewater. Es un gemelo malformado: un escritor con muy buenas ideas pero de estilo deplorable, que Kurt Vonnegut Jr. utiliza para desarrollar brevemente la miríada de conceptos que se le van ocurriendo mientras escribe sus libros. 

Es 2021. Robert Weide finalmente termina el documental. Había esperado cuarenta y cinco años. Su protagonista, que está muerto hace catorce, vive en cada una de las escenas.

Es el martes 11 de abril de 2007. Kurt Vonnegut Jr., el cronista del antibelicismo, agoniza. Es marzo, se resbala en su casa de Nueva York, se rompe la cabeza y queda en coma. Mientras una ambulancia suena a lo lejos, llueven las bombas sobre Dresde, Hiroshima y Nagasaki que siempre están cayendo y matando: son bombas de lesa humanidad. 

En un parpadeo involuntario, vuelve al 11 de abril. El sol entra oblicuo por la ventana de una ciudad que pronto se enterará, como se enterará el mundo: Kurt Vonnegut Jr. ha muerto. En muchos momentos del siglo está vivo y escribiendo su mantra, la frase que elige para rubricar ideas en Matadero 5: “So it goes” (“Así es”). Sabe que será su frase más citada. 

Sabe, también, que será utilizada para titular libros y análisis y artículos periodísticos sobre él. También sabe que muchos la reformularán como epitafio. Por dar un ejemplo: 

Y un buen día, Kurt Vonnegut Jr., el escritor humanista, uno de los más importantes y lúcidos del siglo XX, va y se muere. Así es.

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