Entrevista a Alfredo Germignani

GIGANTE TROPICAL

Por Mariano Quirós

En el Chaco todos sabemos que Alfredo Germignani está loco. Pero nadie se atreve a decírselo, me parece. Ni siquiera Laura Aguirre, su compañera, que, como buena compañera, alienta al monstruo de mil cabezas en que se ha convertido el proyecto Literatura Tropical. Plataforma literaria, pista de aterrizaje y despegue de experimentos teatrales, musicales y performáticos, Literatura Tropical también es, como todo proyecto artístico, una oda a la insensatez.

Sigo a Germignani desde Cemento, podría decir un porteño nostálgico. Pero es verdad: yo lo acompañé en su proyecto de revista Cuna –donde se esforzaba por sostener su formación periodística–; leí sus novelas Ciudad espectral (qué buen título) y Diario de un fanático de Scarlett Johanson (titulazo); leí las que escribió junto a Guido Moussa (Rock, Electrónica –me faltó Folclore, para completar la trilogía–, Sabemos quién mató a Nisman); leí sus crónicas literarias; los vi actuar en vivo a él y a Moussa, vi y escuché la guitarra de una sola cuerda, sentí el ruido insoportable, las voces estremecedoras que impostaban (eran como el Barón Ashler, le villane de Mazinger Z), y me ahogué con la máquina de humo que intoxicaba al público y que los dejaba solos, a Moussa y a Germignani, sobre el escenario que sea, solos como deben quedarse los artistas.

Si hubo dadaísmo, si existieron surrealistas e infrarrealistas, podemos decir que nosotres ostentamos la gloria del tropicalismo literario. Un movimiento tan loco que admite que su alma mater sea funcionario estatal.

-¿Qué tiene la literatura tropical distinto de cualquier otra?

-Lo tropical justamente. Es, como decimos nosotres, un prisma muy particular nuestro propio, es un adictivo universo de lo extraño, de lo insólito, del así nomás, pero todo naturalizado. Lo tropical puede ser un verbo, un adjetivo o un sustantivo, según el uso que le queramos dar. Capaz su principal volatilidad sea la de poder transformar su conjugación en sí misma, mostrándonos cómo vivimos y cómo sentimos y cómo experimentamos la vida y la muerte en nuestro territorio. Lo hace de manera grotesca, bizarra, cínica a veces. Siempre, eso sí, tiene carácter asociativo, porque el universo literario tropical nació a cuatro manos con Guido Moussa y por muy mucho que lo quieren calificar de literatura “aldeana” o “localista” estoy convencido que su potencia es ir profundamente hacia el interior para volver por el afuera. Imagino a Ed Wood valorado como el peor director de cine de todos los tiempos y sin embargo gracias a su vilipendiada estética zeta nos abrió nuevas puertas a otros mundos, eso es lo distinto: volar hacia la estrella distante que va a estallar cuando todos huyen de ella. Yo mismo quisiera ser un Ed Wood de la literatura.    

-¿Qué literatura podríamos emparentar con el Tropicalismo?

-El universo literario tropical es (como) un sistema solar secreto. Un planetoide repleto de palmeras y monitos, que gravita alrededor de un sol caleidoscópico o más bien fractal, si tuviera que describirlo. Diría que está emparentado con la literatura pulp, la narrativa hardboiled, la literatura barata, la literatura por la que nadie da un peso pero que despierta pasiones encontradas en las sociedades fracturadas. El tropicalismo, si tal cosa existe, capaz se sienta emparentado con la ciencia ficción, el terror, el fantasy, los mundos alternos, los puntos Jonbar, las distopías, pero desde un lugar muy, muy descontracturado y sobre todo libre, de poder hacer literatura desde el placer descarnado y la risa y la tristeza de quienes saben que las historias se construyen sobre arenas movedizas o mantos de nieblas.    

-¿Y qué leés vos? ¿Cuáles son lxs autorxs que vas a buscar para leer, como quien dice, a ojos cerrados?

-Hace algunos años que solamente leo autorxs de género. Tengo muy poco tiempo para leer, lamentablemente. Por las siestas y por las noches, por lo general me desquito al azar con el placer seguro que me representan Philip K. Dick, Douglas Adams, Kurt Vonnegut, Stanislaw Lem, Margaret Atwood, Bradbury, Angélica Gorodischer, Marcelo Cohen, Agustina Bazterrica, Ballard, Clive Barker, Thomas Ligotti, Mariana Enriquez, Leo Oyola, Rafael Pinedo, Theodore Sturgeon, Úrsula K. Leguin, Silvana Ocampo, Lovecraft, Poe, Arthur Clarke, entre muches otres. La llamada ciencia ficción dura me encanta, porque es algo que para mí sería imposible escribir (es decir, literatura seria), lo mismo me ocurre con el género de terror. Disfruto mucho leyendo, a veces fragmentos, a veces libros completos, no me hace drama terminar los libros o no.       

-Hay un afán por ir en sintonía con la coyuntura política argentina y mundial, un afán que aparece ya en los títulos, como es el caso de Sabemos quién mató… o en el más reciente Putin vencerá. ¿Hay ahí algo de tu, digamos, vocación periodística?

-Nadie como les autores de ficción interpelan mejor las sociedades de su tiempo e incluso las anticipan. Por ejemplo, la ciencia ficción supo encarnar las fantasías de la modernidad, y la posmodernidad se constituyó sobre la base de esas mismas ficciones en cuanto comenzaron a hacerse realidad. Ciertamente que nos valemos, Guido y yo, de la coyuntura política para hacer literatura tropical, que tiene una característica periodística que es la urgencia, la velocidad. Bradbury decía que en la velocidad de la escritura estaba la verdad, que había que pelearse con tigres y leones para poder valer la pena, si no, no tiene sentido escribir. A nuestro modo lo hacemos, nada más que peleamos contra otros leviatanes, el neoliberalismo, las corporaciones, la inflación, lxs fachos, las violencias, lxs porteñxs, el solazo criminal, las burocracias, los espectros de la dictadura cívico-militar, el machismo, el Partido Judicial.           

-Contame de la experiencia teatral y cómo, desde qué lugar, con qué perspectiva y referencia te mandaste a escribir teatro.

Empecé a escribir teatro en 2014 ó 2015.  Me puse a leer mamotretos de Eurípides y Esquilo, y me apasioné con sus hermetismos y signos y personajes interpelados por dioses, cuyos destinos estaban por lo general signados por las Moiras. Me dije que yo mismo podía montar una obra contemporánea, con una puesta rupturista, y un texto hermético original, breve, pero de una potencia abrumadora desde lo sonoro, donde pudiera arraigar mi pasión por el género noise. Así nació Hybris (o la desmesura en la tragedia postraumática pop). Fue el puntapié inicial, aunque ya habíamos —con Guido y Agustina Bartoli— encarado anteriormente intervenciones performáticas a partir de nuestros híbridos literarios, con Hybris descubrí que no sólo podía escribir dramaturgia sino también que podía dirigir y que me gustaba. De hecho, disfruto muchísimo más los procesos creativos que los resultados, la experiencia de componer una puesta escénica es mágica y maravillosa. Voy más al teatro que a los textos dramatúrgicos, me gustan las obras breves y cuyas potencias permitan al espectador sacar sus propias conclusiones y sentires. El teatro, como dice Angelina Carissimo, “es más lindo destrozado y en silencio”. Al teatro tropical no le importa la teatralidad, paradójicamente, así como digo que la literatura tropical no sería literatura sino fuera un simulacro de literatura.          

-Contame de la experiencia de escribir, como suele decirse, a cuatro manos.

El universo literario tropical, como dije, nació a cuatro manos. Nació sobre todo gracias al poder sanador de la amistad. Escribir en tándem me hizo desacralizar el mito diferenciado de la soledad creativa del escritor. Llegamos a escribir juntos en una muestra de arte contemporáneo, en vivo, durante una semana, con días y horarios fijos, una novelita, sentados frente a frente, Guido y yo, él con su notebook y yo con la mía. Escribir para mí no tiene nada de solitario, ni de doloroso. Me cuesta mucho, eso sí, arrancar, doy muchas vueltas, pero una vez que arranco soy como Riddik, puedo ver a través de las penumbras. Lo que más me divierte de escribir a cuatro manos es poder releer mis textos intervenidos, cambiados, modificados. Porque cuando el texto vuelve a mí, también lo intervengo, también lo cambio, también lo modifico. Deshacer para hacer y destruir para transformar.  

-¿Qué tan viable, económicamente hablando, es un proyecto editorial y artístico en el Chaco?

Es viable siempre y cuando lo puedas hacer un proyecto de vida. Literatura Tropical para mí es un proyecto colectivo e independiente de largo aliento. El universo literario tropical es una cosa, y el sello editorial de Literatura Tropical es otra cosa. Para los proyectos dramatúrgicos y artísticos, trabajamos con equipos concertados. Hoy nuestro colectivo está integrado por Guido, Agustina, Laura (Aguirre, mi amor y compañera madre de mis tres hijes), y quien suscribe. 

-¿Cómo se conjuga la función pública, la gestión cultural, con un movimiento que coquetea con una irreverencia más o menos extrema?

La verdad es que padezco mucho la función pública. Doy lo mejor de mí y hago siempre el mayor de los esfuerzos. Trabajo mucho, todo el tiempo, a veces creo que más de lo que mi cuerpo puede aguantar. Sufro de ansiedad, tengo estrés crónico, creo que volví a fumar. Produzco mucho, gestiono mucho. En mi fuero íntimo, creo que nunca logré capitalizar ni visibilizar mi laburo político cultural, tal vez mejor así. Gestionar es servir, el trabajo cultural en la esfera pública es poder generar acciones de gobierno que permitan ampliar derechos culturales. La cultura da trabajo y produce economías y economías emergentes. Lo subrayo porque hay personas, funcionarios, amigos, amigas, gente suelta, que no lo entienden así. Comprar un libro, pagar la entrada de una obra de teatro, dignifica el trabajo individual y colectivo de les artistas. Como funcionario, nunca nadie me reprochó nada respecto de mi obra artística y literaria, ni que debiera guardar determinadas formas por ocupar un cargo público. Claro que si eso pasara mandaría, a quien fuera, a Pluma Verde. Yo soy un artista con prepotencia de trabajo. Y listo.   

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