Los planetas fríos

Ezra Pound, el talentoso despreciable

Por Lucas Brito Sánchez

Tengo ante mí la foto de una momia. Es la que ilustra esta nota. La foto de un cadáver eminente, la de un hombre que representa el fin de una época y el fin de una forma de hacer poesía. Una poesía que jamás se volvió a intentar. Una poesía que buscaba la grandeza y no se conformaba con poco. Hablo de una forma de hacer poesía y no una forma de ser poetas. Los poetas solemos tener suficientes razones para la grandeza, pero no un trabajo que respalde tal ambición. 

Nadie que haya escrito sobre Ezra Pound omitió el dato de que fue encarcelado por sus declaraciones fascistas a través de la radio. Pareciera que quiso ser recordado por sus excesos o por su estupidez. Poses de loco, ropa descuidada, cara desencajada. Impresiona cómo pudo tensar tanto la vida artística con lo público y lo político.  

Fue catalogado como un tipo de derecha. Es indefendible su andar, pero no creo que alguien de derecha pueda escribir como Pound sobre la usura: 

“Y si el dinero fuera alquilado / ¿Quién debería pagar el alquiler de ese dinero? / ¿Algún fulano que lo tiene en el día del vencimiento, / o algún zutano que no lo tiene?”. 

Y este fragmento hermoso: 

“Con la usura ningún hombre tiene buena casa / hecha de piedra, ni un paraíso pintado en la pared de su iglesia / Con la usura el pedrero se ve apartado de la piedra / el tejedor se ve apartado del telar por la usura / La lana no llega al mercado / El campesino no toma su propio grano / La usura oxida al hombre y su cincel”.  

Estamos ante un artista, con lo maravilloso y lo tremendo que eso implica. Nos quedamos cortos si queremos juzgarlo por izquierda o por derecha, si queremos aplicarle una cosmogonía política. La totalidad en poesía es una quimera: querer explicar todo es el camino para perder las pocas sorpresas que nos esperan. La poesía se define más por lo que no buscamos que por lo que desesperadamente queremos encontrar.

En El artista serio, un ensayo de 1913, Pound dejó asentada su posición respecto del arte bueno y el arte malo. Pensaba que “las artes aportan datos para la ética”. Vivía la literatura como una ciencia y la comparaba con la química. Dijo que el arte malo es inmoral, da información falsa, es inexacto. Mientras que el arte bueno da testimonio verdadero, es más preciso. No creía que la gente odiara las artes. En realidad, dice, “detesta la charlatanería y los malos artistas”. 

Admiraba a los poetas medievales como Dante o Arnout Daniel. Los consideraba en un rango superior, como resultado de “nacer a tiempo y que les fue dado apilar, ordenar y armonizar el fruto del trabajo de muchos”. Creía que amalgamar todo ese conocimiento, con modestia y generosidad, es facultad del genio. Supuso además que lo que hace a un poeta es “un tipo de persistencia de naturaleza emocional, y también una clase peculiar de control”. Esta armonización y orden con el trabajo de muchos es la base teórica de lo que él mismo practicó años después: trabajó sobre un gran texto colectivo y compuso los Cantos

Hay una larga tradición bélica en la historia china que Pound leyó con entusiasmo. Una de las virtudes de estos Cantos es recalibrar la memoria de pueblos antiguos observando con detalle el comercio. Algo exhaustivo que no se ve a menudo en poesía, una experiencia de lectura agotadora. Pound recomendaba el estudio a fondo de las cuestiones de las que un escritor elige hablar. O mejor cerrar la boca. 

Desplazó la romantización estética que gran parte de los occidentales delegaron en Oriente. En la China de Pound no hay lugar para contemplación pasiva de la naturaleza, en cambio sobran las conspiraciones, acuño de moneda, traiciones y largas guerras que dejaron a su paso cementerios majestuosos. 

No sabemos cómo hay que leer los Cantos ni tampoco si hay una forma de enseñarlos. Pueden resultar aburridos o completamente absorbentes; están ahí esperando a que uno los abra y dé con la tonada.

Pedantes hay muchos y Pound uno solo. ¿Los Cantos entonces son Poesía con mayúsculas? Mis pelotas. Poesía a secas, señoras y señores; poesía que te deja excitado, que te da ganas de escribir la tuya. Que te hace sentir que la escritura no es una pérdida de tiempo como aseguran los que sólo saben hacer guita. 

No estoy de acuerdo en que cada época tiene el arte que se merece. A la existencia capitalista no le interesa para nada el arte y, dentro del arte, el género más ninguneado es la poesía. No le interesa la poesía y no le interesa que haya nuevos lectores y lectoras. Entonces, no hay forma de vender estos libros. Y si para escribir y leer no hay condiciones dignas, no hay tiempo ni espacio y no tenemos la posibilidad de poder debatir nuestras lecturas, evidentemente será una época empobrecida. Y en nuestra época no hay tiempo para leer libros largos. Son aburridos y lo aburrido es pérdida. 

¿Qué hace grande a libros como los Cantos? Renuncian al orden por la fascinación del caos. La forma en que están encadenados los fragmentos crea momentos irrepetibles. Me di cuenta de esto una vez que, habiendo avanzado cuarenta páginas, volví atrás, releí un párrafo y no lo reconocí. No logré fijar nada de su estructura: todo era inédito, todo comunicaba nuevos sentidos. Me refiero a la construcción caótica como potenciadora del conflicto de nuestro concepto espacio-tiempo. 

Pound es también el poeta que más se ocupó de registros contables: 

“Deuda pública al final de los Medici / 14 millones de scudi / o bien 80 millones de liras de la preguerra”. 

Una extraña inquietud es lo que me condujo a búsquedas que siguen siendo felices. Hay algo superador a lo cotidiano para narrar y consiste en dejarse abrumar. Sólo con incertidumbre se ingresa a lo maravilloso.

Su época no estuvo a favor de los Cantos y es probable que ninguna lo esté. Es un libro que no encaja. Pero sin este caos, la historia de la literatura china seguiría durmiendo en estantes y archivos. ¿Quién se atrevería a revolver ese polvo, a soplar momias, a tragarse textos aburridísimos? El aluvión que fabricó, su torrente de injurias y miserias es, para mí, lo mejor de estos cantos. Las artes de ese país le deben mucho, lo acepten o no. Se lo debemos al menos en occidente, para leer desde la imaginación algo que sería inaccesible.

El imperio económico es el punto más alto de su poética, y aún no fue superado. “Lo que cuenta es escribir bien”, sentenció. Se pasó once años en un hospital psiquiátrico. Ya no tuvo presencia pública. Haciendo uso del silencio que profesó cuando no tenemos nada mejor para decir, salió de prisión y no dijo una palabra hasta su muerte en 1972.         

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