Silvina Giaganti

ESCRITURA

SOLEDAD

FÚTBOL

Por Lucas Brito Sánchez

En junio de 2019, Silvina Giaganti estuvo en el Festival Mulita y leyó sus poemas en la mesa de cierre junto a Franco Rivero y Rocío Navarro. Mucha gente vino a escucharla. Y decir mucha gente es una sala colmada, ruidosa, ebria: una hinchada. Se notaba que se movía sola, que le incomodaba un poco esa cosa de los festivales con invitados e invitadas que almuerzan juntos, que van de acá para allá como manada. Durante la tarde andaba con una botellita de agua, por la noche con un vasito de whisky. Nació en 1976. Es docente, de géminis, y hasta el momento publicó dos breves y potentes libros. ¿Quién es, en el fondo, Silvina Giaganti? 

-Está terminando un año difícil para muchxs, ¿da para hablar de literatura o hay cosas más urgentes?

-Unos años recontra difíciles en lo personal y en lo colectivo, difícil para muchísima gente cercana. Me resulta sumamente asfixiante y agobiante que lo urgente se coma todo. Digo, con lo urgente una convive, intenta resolverlo, llevarlo o resignarse, todo eso junto. Ahora, abrirle totalmente las puertas de tu casa a eso, decirle pasá nomas, vas a ser lo único que exista y bueno, medio que si hacés eso estás creando la perfecta situación sin salida, martillando el último clavo del ataúd. Además, qué sé yo, la literatura no es lo otro de lo urgente, me parece. Hace unos días empecé a leer los Diarios de Patricia Highsmith y quienes llevaron la tarea titánica de cribar 8.000 páginas de anotaciones en un tomo de 1.250 páginas y publicarlo, verificaron que Highsmith escribía más durante sus momentos más dolorosos y sombríos. Con lo cual, me pregunto: ¿realmente la literatura es un otro de lo que se nos impone como urgente?

-Mientras estás trabajando sobre un libro, ¿cuáles son tus rutinas de escritura?

-Mi escritura empieza antes de escribir, esté trabajando o no sobre un libro. Creo que una siempre está trabajando sobre un libro o sobre varios, más allá de que efectivamente los esté escribiendo. Por eso mis rutinas comienzan antes de empezar a tipear. Cuando estoy escribiendo vivo pensando en el asunto: cuando me estoy por ir a dormir, cuando freno a tomar un café, cuando vuelvo a mi casa de noche, cuando leo otra cosa, cuando doy clases de escritura y expreso una idea o escucho la idea de unx alumnx. 

Siempre estoy medio en una situación de escritura. Lo que no quiere decir que no esté donde estoy: si estoy caminando, estoy haciéndolo con todo mi ser; cuando estoy dando clases, lo mismo. Pocas cosas me interesan más que estar donde estoy, vivir el instante de experiencia tal como es y exprimirlo. Ese es el pacto que intento tener con la vida. Dicho esto, cuando estoy muy en una con algo que estoy escribiendo, hago cosas como salir a caminar y grabarme si se me cruza algo. O si estoy en el colectivo o en una sala de espera anoto en un cuaderno ideas que no quiero perder. También hago llamadas a personas con las que charlé sobre algo para que me refresquen alguna idea que cruzamos y no puedo reponer porque la olvidé. Y escribo, claro, y cuando eso pasa me pongo bastante más solitaria de lo que soy, me niego a salidas, a verme demasiado con gente, a ir al cine. 

Escribir es un acto silencioso y solitario y que pide lo máximo de una, es extremadamente demandante. Eso no significa que no me vincule, que no salga a tomar un trago con unx amigx y que no pueda tener una conversación con alguien. Pero sí, escribir toma bastante la forma de una obsesión y la obsesión tiene lugar para unx solx. 

-Mariane Moore dice que la poesía es el espacio para lo genuino, ¿escribiste alguna vez sintiendo esa conexión con lo genuino o con algo mayor?

-Creo que cada poeta, interpeladx por una definición de lo que hace, dice que la poesía es tal cosa o tal otra. Son en cierto punto definiciones arbitrarias, y afortunadamente lo son porque no creo que se pueda definir la poesía, es decir, encontrarle un sentido último. A lo sumo una puede tantear –no definir– lo que es, intentando explicar qué cree estar haciendo cuando escribe poesía. Por caso, no creo elegir los temas, más bien se me imponen. Sí escribo prestando mucha atención a lo que quiero decir y a cómo quiero decirlo, un ideal que por fortuna no se cumple porque de cumplirse no sé si tendría motivos para seguir escribiendo. Escribo tanteando, agarrando una parte y dejando ir otras, iluminando una secuencia y silenciando otras. Lo que queda afuera es insumo para seguir escribiendo. Eso es lo que más me gusta de escribir: no poder decirlo todo. 

Sí creo que los poemas se trabajan de una manera diferente a como se trabaja la prosa. En un poema hay menos elementos, es como una casa más vacía, y entonces lo poco que hay se ve más. Por eso se trabaja palabra por palabra, línea por línea. Porque lo que se dice compite mucho con lo que no se dice. A veces siento que la poesía está más cerca del silencio que otros géneros. Entonces hay que justificar porqué decidimos escribir un poema en vez de no hacerlo, en vez de optar por no decir nada.

-En esta era de la utilidad, donde todo parece tener un fin en sí mismo, ¿la poesía para qué sirve?

-Creo que a quienes escribimos nos convoca intentar crear un artefacto artístico, y frente a este tipo de preguntas, que parecen fundamentales, una se queda medio en blanco. O bien porque la actividad de escribir es tan inmersiva que no hay perspectiva desde donde definirla, o bien porque no se tiene ni idea de lo que una hace. Sí creo que una lo hace porque tiene ganas, o debiera hacerlo porque tiene ganas, signifique lo que signifique tener ganas, y no por otras razones. Si encima alguien te lee: bárbaro; si le gusta lo que escribís: fenómeno; y si te lo puede llegar a decir: mega grato. En lo que no creo demasiado es en la profesionalización de la escritura, básicamente en tener un plan para convertirse y hacer carrera de escritorx. El oficio de escribir es algo volátil, errático. 

-Eso de que sos solitaria, tuve esa impresión cuando nos cruzamos acá en Resistencia en el Festival Mulita…

-Soy bastante solitaria, sí. Me gusta andar sola, viajar sola, soy una buena compañera de mí misma. Creo que empecé a leer porque me sentía aislada y luego con el tiempo fue una manera de justificar la soledad. Escribir, lo mismo. Pero al mismo tiempo me resulta raro usar soledad y literatura en una misma oración: para mi leer es lo contrario de la soledad, en cada libro que abro siento que abro una conversación, y casi te diría que la literatura me autorizó a ser quien soy, a pensar como pienso, a amar como amo, porque la literatura me enseñó que ser quien era y que amar como amaba no solo era posible, sino que era real. 

De alguna forma, mis formas de subjetivación lésbica en la juventud –y a veces todavía– se anclaron en modelos literarios, mi lesbianismo le debe mucho al contacto con los libros. Ahora bien, en lo cotidiano sí soy bastante solitaria, aunque tengo bastantes amigxs y grupos de pertenencia que entienden que soy así y que llego y me voy de los lugares cuando quiero y no cuando debo. Y también me pasa que me gusta hacer crecer la amistad y otros vínculos haciendo cosas, que haya una actividad de por medio que funcione como engrudo de la relación. Puede ser desde mirar fútbol o jugarlo, o que haya afinidad literaria o dando un taller o lo que sea. Obvio que tengo amigxs que trascienden cualquier actividad y es un puro juntarnos y apoyarnos. 

-¿Cómo te sentís ante la popularidad que lograste luego de la publicación de Tarda en apagarse?

-Mi primer libro se publicó en 2017 y veo que todavía se sigue leyendo. Efectivamente generó cierta popularidad: a ver, un tipo de popularidad consecuencia de vender bastante un libro de poesía, es decir, acotada, mínima. De todos modos, fue un montón igual. Desde personas que me escriben diciendo “este libro o tal poema me cambió la forma de mirar las cosas”, o “lo regalé cinco veces”, o una piba mexicana que se tatuó uno de los poemas en su brazo, o gente que vive en Finlandia mandándome foto del libro, o una chica que el mes pasado vino de Suiza y lo anduvo buscando por todas partes y dejó su teléfono a un librero que me conoce para que por favor me contacte con ella. Gente que me pide permiso para hacer afiches, stickers, de todo. Todo eso es hermosísimo realmente, ¿de qué me voy a quejar? 

Hay una entrada del diario de Pizarnik en donde escribió algo así como sé que escribo bien, pero eso no alcanza para que me quieran. Bueno, yo siento que la cantidad de mensajes privados por redes sociales, de charlas con personas que vienen a escucharme leer, y todos los gestos de cariño recibido se parecen bastante a sentirse un poco querida. Después tenés lo otro, claro, gente que un día te ama y al otro día te odia y no entendiste ni una cosa ni la otra. Así como aumenta la circulación de tu nombre, aumenta la de tus detractorxs, pero es parte de un volverse pública que, insisto, es un volverse pública de forma módica, por suerte. 

Y el entrevero de volverme un puchito popular y mi forma de ser solitaria se llevaron como pudieron: sigo siendo una tipa con una amabilidad limitada, que le cuesta manifestarse, mi lubricante social es el que es, y me sigo moviendo como me moví siempre, si me tengo que cagar a puteadas –no es que me encante, pero si me buscás bancátela– con alguien porque amerita, me cago a puteadas. No me voy a emprolijar por ser un toque pública. 

Me acuerdo que una vez un amigo me dijo “ahora que te va bien no te boicotees”. Qué sé yo, veo que la obsesión que tiene toda la gente de mi generación y de la siguiente es no caerse del mundo en el sentido de que su nombre circule todo el tiempo, aparezca en todos lados, en mi barrio se dice no poder dejar de querer figurar. Bueno, a mí no me parece tan mala idea dejarse caer de este mundo, que no es ninguna maravilla y que, además, cuanta más fuerza hacés más sometidx quedás. Creo que ser solitaria me ayuda un poco a verlo así. 

-Hablemos de Donde brilla el tibio sol, tu último libro publicado por Mansalva. Ahí escribiste “si estoy taciturna me voy a la escritura y si necesito llorar me voy a Independiente”. ¿Qué lugar ocupa el fútbol en tu vida?

-A mí me gusta el fútbol, nunca dejó de gustarme y estimo –por la edad que tengo– que me va a gustar siempre. Y mi club, Independiente, me resulta algo demasiado inmenso como para que en algún momento de mi crecimiento personal me quedara chico como objeto de pasión. Pude haber tenido momentos de mayor distancia, de hacerme la superada con el fútbol, pero fueron momentos muy breves y tuvieron que ver con que yo estaba en una, necesitando luchar contra partes estructurantes de mi persona. Pero el fútbol me encanta; en estos últimos veinte años más jugarlo que verlo, sinceramente. Porque es el mejor deporte que existe. Para verlo y para jugarlo. 

Hay un momento hermoso en Fiebre en las gradas (para mí el mejor libro sobre fútbol) en donde Nick Hornby dice algo así como es absurdo pero todavía no dije que el fútbol es un deporte maravilloso: los goles no tienen punto de comparación con los encestes del básquet, ni con los puntos del tenis; cómo pueden los más flacos con los más robustos, los más bajos con los altos, que no siempre sea el mejor equipo el que gana y es sensacional cómo en el fútbol se combinan la fuerza con la inteligencia. Suscribo a todo esto que dice Hornby. Quiero decir, yo voy a ser una vieja, más de lo que ya soy ahora, y voy a seguir mirando fútbol.

Pero el tema también es lo que el fútbol me da jugando. Es un cliché tremendo el que voy a decir, pero me lo voy a permitir igual: a mí el fútbol, como el deporte en equipo que es, me hizo inteligible el hecho de que hay cosas con las que no podés sola, de que necesitás de una grupalidad para la consecución de las cosas. El fútbol me emociona terriblemente por esto también, porque es la concreción de un grupo tirando un rato para el mismo lado con total convencimiento y entrega. 

-La referencia a Richard Ford es recurrente en tu novela. Lo dijiste en redes y en entrevistas hablaste de tu admiración por él, pero ¿cuál es tu relación con la literatura norteamericana?

-A los 17, 18 años yo estaba leyendo a los rusos, Dostoievski, Tolstoi, un poquito de Gogol, otro poquito de Turgueniev. Y franceses tipo Sade, Bataille, toda esa rosca entre erótica, existencialista y filosófica. Dilemas éticos de 700, 1.000 páginas en algunos casos. Y de golpe pum, me cae Salinger. Y otro pum, me cae Carver. Y me cae La energía de los esclavos de Leonard Cohen, que ya sé que es canadiense. Y en esa síntesis, en ese cadalso emocional en el que los personajes se movían y movían la totalidad de su estantería, con pocas palabras, pocas imágenes, pocos gestos, poca coyuntura, me reinventé como lectora. Y tal vez como futura escritora. Los nueve cuentos de Salinger fueron una conmoción, y todos los cuentos de Carver también lo fueron. Más tarde llegaron Cheever, Capote, Grace Paley, Alison Bechdel, y también la Velvet Underground con sus tres acordes sucios neoyorkinos. Me impactó leer una historia en que con dos o tres cosas que te mostraban te hicieran presentir una vida en movimiento, un eclipse personal, un mundo corroído. Richard Ford es otra cosa, tiene otros tiempos, es un maratonista de la escritura, no escamotea, da largas brazadas. Pero es el mismo impacto. Por algo todos esos fueron amigos. La literatura norteamericana es para mí la historia acotada, el drama personal, el hastío del mundo y la redención hecha de una imagen luminosa en el medio de una catástrofe sin estridencias

-En tu último libro cada palabra es exacta, da la sensación de que no sobra nada. ¿Te cuesta escribir con esa precisión?

-Mirá, hay una frase con la que simpatizo mucho, que me guía un poco y es archifamosa (andá a saber si está verificada, como dicen ahora) de Miguel Ángel. Le preguntan: ¿cómo hiciste para hacer el David? Y él responde: el David ya estaba escondido en el mármol, yo saqué lo que sobraba. Más allá de la frase, todo el arte que me llega es el que antepone sacar a poner. Dicho esto, imagino que los norteamericanos hicieron lo suyo conmigo, como te decía antes, en esa economía del lenguaje, mostrando poco, sugiriendo bastante. Y por otro lado, que no es menor, hay una explicación más llana, que viene de la vida: me crié no solo en una familia, sino en un barrio donde hablar mucho era de pretenciosx, de soberbix, incluso de engatusadorx, de poco serix. En mi barrio al que hablaba mucho le decían “¿de qué te la das, quién te creés que sos?” Y esas cosas, esas creencias o miradas sobre el mundo son previas a querer ser escritora y se te adhieren como cemento fresco. La verdad es que creo que busco obsesivamente una economía en el lenguaje, a la vez que una precisión máxima, por una razón que no tiene nada que ver con lo que creo sobre cómo tiene que ser la literatura. Y para responderte puntualmente a la pregunta, me resulta trabajoso escribir con precisión, pero me encanta, me hechiza buscar las metáforas básicas de la vida y encontrar de vez en cuando alguna. 

-En Donde brilla el tibio sol también decís “creo que soy de pocas ganas o, mejor dicho, tengo muchas ganas pero de pocas cosas. Una vitalidad limitante”: ¿Qué tipo de escritora te considerás?

-Creo que sobre todo soy una escritora sin planes, no sé cuándo voy a volver a publicar ni sé si voy a escribir toda la vida. No soy de esas personas que dicen que no podrían vivir sin escribir. Creo que se puede vivir sin casi todo lo que creemos que no podemos y la vida nos lo demuestra constantemente, porque nos va arrancando algo todos los días y seguimos igual. 

-¿Con qué escritora famosa te irías de bares?

-Con varias: Patricia Highsmith, Susan Sontag, Kate Millet, Jeanette Winterson y Alison Bechdel. No importa que algunas no estén más acá en este plano, son esas. 

-¿A qué escritor que leíste y adoraste en el pasado no volverías?

-Es brusco decir donde una no volvería en el rubro que sea y estoy tratando de ser menos brusca en mi vida en general.

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