Entrevista a Sergio Gaiteri

Escribir = Esconderse

Por Mariano Quirós

Toda vida es un proceso de demolición, escribió Fitzgerald. El asunto es cómo narrar esa demolición, y que tenga sentido hacerlo. Las novelas y cuentos de Sergio Gaiteri (Córdoba, 1970) asumen aquella sentencia para narrar a personajes de una clase media más o menos estable, no demasiado empobrecida. O no del todo empobrecida. 

Pero tampoco eso importa tanto. En todo caso, es más interesante —al menos para mí, que escribo esto— desplazar el brillo, el cierto glamour retorcido que Fitzgerald adoraba, hacia las peripecias de parejas hechas con docentes, empleados públicos, depres de puro aburrides, gente que vive un poco a los tumbos. Gaiteri insinúa ese desplazamiento también hacia el oficio, quizás una manera de bajarle los humos. “Soy un albañil, un constructor aceptable”, dice.

¿Es, lo que se suele llamar, realismo lo que escribe Gaiteri? Sería un poco mezquino —más allá de que muchos de nuestros ídolos literarios se inscriben en esa etiqueta— anclarlo ahí. En todo caso, y a esta altura del partido, cualquier buena construcción de un verosímil puede asumirse realista

Tus amigos quieren que vuelvas es su nueva novela. Una pareja recién formada que se muda a Valle Hermoso (ahí mismo, en ese pueblo cordobés, vive Gaiteri) y que tiene la ilusión de que toda vida anterior —anterior a ellos, a ella y a él, como pareja— puede quedar, como suele decirse, atrás, en el olvido.  

Como en La Vertiente, Certificado de convivencia, o como en los cuentos de Nadie extrañaba la luz y de Nivel medio, Gaiteri vuelve a proponer en Tus amigos… no tanto austeridad como una forma singular de humor. Cínico, socarrón, acaso demasiado sensible, acaso nada cínico.  

-Hay un estado de ánimo en tus personajes que pareciera empujarlos a esas íntimas y pequeñas catástrofes. Sin apelar a la ciencia ficción, ¿hay algún mundo, un ambiente, en el que esas mujeres y hombres puedan encontrar algo como un sosiego?

-No lo sé. Quizás esas catástrofes, por íntimas y pequeñas, provoquen un desasosiego que no sea tan desequilibrante. Más comedia que tragedia. Es verdad que normalmente hay una sensación de catástrofe, de ruina. De hecho, en la época de la pandemia pensaba que lo que intentaba escribir, que las situaciones que se me ocurrían con ese elemento accesorio del encierro y el temor sobre la existencia propia y ajena, resultaban redundantes; que de por sí mis personajes -sin conciencia plena de eso- habitan una especie de estado de pandemia permanente. Este tipo de observación me recuerda a uno de los reproches que Harold Bloom, en Cuentos y cuentistas, hace a la obra de Chejov, en el sentido de que todo el mundo está sumergido sin salida en la soledad y la falta de comunicación; y desliza que ese monotematismo puede ser producto de cierta carencia imaginativa del autor.  A lo mejor se trate sencillamente de eso. 

-Leí varias entrevistas y reseñas en las que te emparentan con Carver, y me parece que un poco te quejás de la comparación. ¿No te gusta Carver?

-Me gustan muchísimo algunos cuentos de Carver: los climas, lo extraño en lo inmediato, la confusión en la que están inmersos los personajes. Pero más me gusta toda la obra, cuentos y novelas, de Richard Yates, por ejemplo. He repasado y estudiado más algunos recursos compositivos de este autor y supongo que esa influencia es mucho más notable. Si se escriben historias mínimas con hombres y mujeres más o menos frustrados, sin el brillo de la derrota, la asociación más directa es, por supuesto, Carver. Lo entiendo y lo he terminado por aceptar, aun cuando muchas veces sea dicho como una crítica negativa.

-Hay la sensación de que el narrador de tus cuentos y novelas es siempre el mismo, que simplemente va mudando de historia, de peripecia. ¿Hay en ese empeño algo así como la búsqueda de una voz, o la construcción de una obra?

-Pienso que la escritura es la construcción de una voz, pero también que esa voz está al servicio del relato y las situaciones que lo organizan. La voz no debería imponerse sobre el resto de los elementos. No en cierto tipo de escritura. En ese sentido, tengo en cuenta la llanura en el lenguaje de ciertos autores italianos, como Leonardo Sciacia, o la austeridad discursiva en la narrativa de Albert Camus. Es cierto que la mayoría de mis relatos están narrados desde una primera persona, con lo cual el silencio, lo callado cobra un valor importante; pero la similitud proviene, sobre todo, de una respiración, una cadencia, voluntaria, consciente, que normalmente me acompaña al papel. 

-¿Cómo es la vida en Valle Hermoso? Carlos Busqued decía siempre que Córdoba es el epicentro del fascismo nacional. ¿Es Busqued un exagerado?

-No, Carlos no exageraba. Córdoba es eso. Y ciertos pueblos lo incrementan. Córdoba tiene una tendencia histórica y pareciera irreversible hacia lo fascistoide. Una cualidad que parece enorgullecer al cordobés. Hacer más de derecha, si esto fuera posible, al radicalismo, inventar una fórmula derechosa del peronismo. Lo mismo sucede con los sindicatos, con la universidad. En Córdoba, el porcentaje de heaters supera la media, bastante alta, del país. 

-Contame de tu pavor o rechazo por las redes sociales.

-Me resulta inconcebible que alguien quiera o necesite exponer periódicamente cómo le va, qué está haciendo, qué está leyendo, en qué playa pasó las vacaciones, cuánto quiere a su pareja, qué hijo o hija cumple años o se acaba de recibir de cinturón amarillo o bachiller o lo que sea. Es algo increíble. Lo mejor es pasar desapercibido u oculto. Y escribir puede ser una forma de esconderse.

-El narrador de Tus amigos… lee poco y, si bien parece ser alguien que disfruta eventualmente de una lectura, también parece que le bajara el precio. ¿Cuánto de esa idea, o de esa manera de relacionarte, como suele decirse, con la lectura compartís?

-Hay algo de eso. Lo que Luis, el narrador, pareciera tener es un desencanto con la cultura en general, con lo poco que puede ofrecerle como ayuda o como alguna forma de escape para su vida. Un malestar que no puede ser saldado con la cultura. 

-Hace poco nos dijiste “soy un albañil aceptable”, y eso me recordó a Ribeyro, que decía: “soy un futbolista de segunda que alguna vez metió un gol de media cancha”. ¿La modestia vendría a ser un imperativo literario?

-Sí. Es una cuestión de perspectiva. He escrito algunos simples relatos, sin ninguna ambición, sin ninguna pretensión. Algo que sugiera un pasajero estado de ánimo. Nada del otro mundo, nada que vaya a cambiar el mundo. No se me ocurriría tener otra actitud que esa. 

-Contra esa modestia: “Gaiteri no le erra nunca, sus cuentos son perfectos”, dicen siempre lxs escritorxs que escucho hablar. ¿Cómo hay que hacer para no errarle?

-No debe ser tan así. Probablemente la falta de pretensiones que señalaba anteriormente provoque una sensible disminución del error. 

-Contame de dichas y pesares del trabajo docente.

-Lo tomo como un trabajo, más aceptable que otros trabajos que tendría posibilidades de hacer. En algunos lugares enseño literatura, algo que le interesa a muy poca gente, incluso a aquellxs que en poco tiempo van a dar clases en una escuela secundaria. Y entendí que es así. Lo peor es, definitivamente, el categórico moral implícito en el dispositivo de la educación. A eso es difícil acostumbrarse. 

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