La di-sección del cuento

Encontrar un monstruo con Juan Carrá

Por Virginia Feinmann

Amigo, amiga, sentate. Respirá hondo, bajá los hombros. Vas a leer un cuento. No vas a ver un video, no vas a pasar el dedo frenéticamente por historias de tiktok. Tampoco vas a escuchar un podcast. Vas a leer un cuento como se hacía antes. 

A partir del tercer minuto van a disminuir tu ritmo cardíaco y tu tensión muscular. Se activarán tu memoria de corto y largo plazo. Reducirás el estrés de la vida cotidiana en un 68%. Mejorará la calidad de tu sueño. Se expandirá tu vocabulario y tendrás más fluidez de lenguaje y agilidad mental. 

Pero si REALMENTE querés completar la experiencia, volvé que lo analizamos acá, en “La di-sección del cuento”. 

Hoy “El monstruo del lago” de Juan Carrá (https://www.pagina12.com.ar/401122-el-monstruo-del-lago)

¿Viste Argentina 1985 y quedaste, como dice Félix Bruzzone, con la sensibilidad enchufada a los cables de alta tensión de la historia reciente? Acá hay un poquito más en clave literaria. 

Según explica Juan Carrá, este cuento surge de su deseo de trabajar la relación entre sociedad civil y terrorismo de Estado. “Una familia tipo, clase media, que vive su vida normal mientras a su alrededor el terror se expande”. 

Lo bueno es que no lo hace explícito.

“La mejor novela de vampiros es la que no dice la palabra vampiro”, suele afirmarse. Aquí con cuatro pinceladas alcanza para situarnos en los 70:

* Los pocketeers (con eso y con la falta de celulares ya tenemos una época).

* el Torino.

* Andrea del Boca que llora en la televisión.

* y por supuesto, dos subversivos fueron abatidos por las fuerzas del orden.

Quizás sea forzar un poco la interpretación, pero no me resulta inocente que el padre –el padre exigente, el que da las órdenes y sobre el final incluso se ensaña con su hijo– se llame Jorge, como Videla.

No llega al extremo de ser un dictador, pero en el planteo del cuento, en su comienzo, Jorge está en dominio. Lleva el volante. Su mujer se ocupa de los chicos y le sirve mate. Él controla por el espejo retrovisor que todo esté en orden.

Cierto espíritu militar lo imbuye. 

Cuando suena el despertador, ya está levantado. 

A su esposa le dice: “Levantalos. Yo voy a cargar nafta”. 

Quiere corregir la respiración imperfecta de Sebastián.

Y es sólo cuando se va que los chicos se ponen a hacer travesuras, confiando en que la madre no va a decir nada. 

Para cuando vuelve, “los tres están listos”. 

Por otra parte (o por la misma), su comportamiento final, en el lago sin bordes, donde si no respirás no llegás a la orilla, tironeando del remo que sostiene a su hijo, insultándolo, mariconazo, si querés llegar vas a tener que meter la cabeza en el agua, se parece bastante a prácticas habituales de tortura. 

Pero digamos que Jorge, más allá de su nombre, es ese padre promedio que exige ¿trajiste las antiparras?, quiere que su hijo esté en lo más alto del podio, inflige lo que le infligieron y se enoja ante la frustración ¡No al pedo te llevo a ese club de mierda!

Esta es, en definitiva, la familia que “no se enteraba” de nada. ¿Cómo lo muestra Carrá sin decirlo? Andrea del Boca concita para ellos el mismo interés (nulo) que los subversivos abatidos en el lugar donde están de vacaciones. Silvia cambia de canal hasta que aparece el pronóstico. Eso sí los entusiasma.

El cuento tiene un narrador totalmente objetivo, que no toma el punto de vista de nadie. La neutralidad de su posición casi podría asimilarse a la “versión oficial” de los hechos que se daba en la dictadura. 

Pero si un narrador se define por distancia y perspectiva, el de este cuento es distante y neutral HASTA QUE aparece el cuerpo del desaparecido. 

Ahí toma la perspectiva del chico: los pies de cemento. No dice “un cuerpo al que le habían puesto cemento en la parte de abajo para que no flotara”. No: los pies de cemento. Es la mirada del niño. Y con ese giro logra que sintamos el mismo miedo, la misma impresión que él.

“El monstruo del lago” es un cuento totalmente jugado al final. Su desarrollo es chato, no hay picos de intensidad en el medio, casi parece armado con cierto aburrimiento en función de llegar al golpe de efecto de la visión del desaparecido.

Hay cuentos que generan momentos de brillo mientras transcurren, que quizás no tienen ninguna relación con el final. Escritores que prefieren distribuir la intensidad aquí y allá e irse casi sin que se note (algo que, por ejemplo, en sus últimos cuentos cultiva Jorge Consiglio). 

Otros arman el cuento entero en función del remate, del efecto final. Quizás la única mínima intensidad que tiene este cuento en el medio es la de Sebastián haciendo oscilar el hilo de baba sobre su hermana. Si lo viéramos en curvas:

Finalmente, hay varias alegorías de la dictadura. La reacción del padre ante la revelación del “monstruo” tiene algo de la negación de la sociedad, su advertencia normalizadora, Dejate de joder con eso. No seas boludo.

Sebastián como parte de esa sociedad también, que guarda las lágrimas en las antiparras, que se sumerge, esconde la cabeza, cierra los ojos, se concentra en nadar. Pero finalmente abre los ojos y ve.

Otra: lo que era tan perfecto, ese nado tan preciso, tan militar si se quiere (Sebastián patalea: rítmico, continuo, brazo derecho, línea recta) se descompagina ante la visión del desaparecido. Esa normalidad que se quiere sostener o imponer no era tal.

Carrá mismo en su explicación habla del lago como metáfora: un espejo que refleja su deseo y le impide ver lo que hay detrás. Le impide ver aquello que su hijo dice que existe y que él teme encontrarse.

El otro día Malena Saito reflexionaba sobre cierta necesidad actual de fundamentación, de contexto, de leer de qué se trata antes de ir, que podría arruinar la experiencia.

Cuando leí este cuento, venía –habrán visto ustedes también que viene– acompañado por una explicación de su autor. Me gusta leer esas explicaciones, críticas, reseñas, o disecciones como esta 😊, siempre DESPUÉS. 

No habría querido saber de antemano que el cuento abordaba la dictadura.

En ese final, en los segundos que me llevó caer, entender una verdad perturbadora, está el placer de la literatura, y su diferencia con la noticia o la crónica de época.

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