Los planetas fríos
El gran árbol del haiku

Por Lucas Brito Sánchez
No me gustan los clichés, pero esta es una excepción: hablar de poesía clásica japonesa y usar la metáfora del árbol no me parece demasiado. El haiku es un ramaje infinito conectado a la mente universal de la contemplación. Su método es simple y su práctica compleja.
Quienes se lanzan a escribir haikus creen que son sólo poemas cortitos. ¡Y vaya que lo son! Pero su construcción requiere múltiples esfuerzos. Se trata de alcanzar cierta virtud y mejorarla.
Desarrollar sensibilidad por la pintura es lo principal en este tipo de poesía. Cada vez que volvemos a un haiku, nunca es el mismo. Volvemos quizá para ajustar una sensación, para ver si eso que fuimos sigue ahí. Por mi parte, leo haikus hace años. Probé alargar su frecuencia por meses, traté de no saturarme, y nunca encontré la misma emoción.
Imaginen el Chaco Gualamba en el año 1644: monte sin colonizar, desbordado, sin podar. Ese año, en Japón, nace Matsuo Bashō. El nombre de este monje va siempre pegado al origen del haiku. No lo inventó, pero lo puso de moda en su época. Imagínenlo a caballo (en su tierra usó una mula) recorriendo senderos del monte pre chaqueño. Caminos que se van abriendo cuando se los ve por primera vez. Vagabundea adentro de la selva. Para a comer algo cocido a leña. Duerme sobre el suelo, sobre la paja. Si hubiese nacido acá, la fortuna lo hubiera convertido en hachero. Por eso un haiku es lo que ocurrió en ese momento, en ese lugar. Abrió su cuaderno y con pluma escribió un verso de tres líneas. El haiku es un parpadeo. Tajea el aire, cierra como un relámpago.
Bonsái es una palabra japonesa que significa “podar en una bandeja”. ¿Podemos decir que el haiku son palabras bonitas arrojadas a una bandeja? ¿Podemos asegurar que un haiku es una oración cortada en tres? Haiku y bonsái son un arte nacido de la paciencia y la disciplina.
Al chaqueño Miguel Molfino le llevó varios años armar La mágica aldea del crepúsculo, libro delgado que solo incluye 49 haikus. Molfino confesó en alguna charla que dedicó muchos años a sus textos y que tiene cientos que decidió no publicar.
¿Diremos que es poco? ¿Diremos que le faltó agregar poemas para quedar satisfechos? El haiku no puede ser juzgado por su brevedad, su propia existencia nos marca la vacuidad, el retorno, el absurdo de capturar lo que se escurre.
La actitud de Molfino ante su poesía lo acerca mucho más al arte del haiku. Se define por lo no dicho, por la contención, que por los dudosos atributos del despilfarro de palabras. Los poetas del haiku escriben con el cuerpo y un cuerpo no dura la eternidad. Sus ramas reverberan en la fragilidad. Crean una música que jamás se repite.
El norteamericano Jack Kerouac amaba esta forma poética, forma perfecta del despojo. Compuso la mayoría de sus haikus durante su etapa mística. Marcó un camino nuevo para los poetas occidentales que no pudieron lidiar con la estricta métrica japonesa:
El nirvana, como cuando la
lluvia
apaga un pequeño fuego.
Kerouac propuso el haiku de forma libre. Sin embargo, no cualquier línea se convierte en haiku:
El sonido del silencio
es toda la enseñanza
que recibirás.
El bonsái es un haiku. En su diminuta belleza esconde la creación.
Es metástasis de la sintaxis, ramificación del deseo, necesidad y adicción de seguir leyendo. Hace visible ese esfuerzo humano para que la vida dure para siempre.
El bonsái es el golem de los árboles: una miniatura monstruosa y contenida, anhelada. El haiku destruyó el ecosistema mental occidental. ¿Quién se atreverá a decir que lo breve es fácil?
Uno de Molfino, que me sé de memoria y hasta me animaría a recitar en mi propio funeral:
El cielo y el infierno
Cambian de lugar
No llores.
Dejá un comentario