Entrevista a Beatriz Actis

DON DE FLUIR

Por Mariano Quirós

Me gustan los personajes que construye Beatriz Actis porque se mantienen —por voluntad propia o porque no les queda otra— en una deriva a media máquina. Desorientados, como si despertaran, de pronto, en un lugar que no es el mismo sobre el que se echaron a dormir. Qué puede salir de esa confusión. 

Referencia de la literatura infantil —o literatura para las infancias, para decirlo bien—, Beatriz Actis, que nació en Sunchales en 1961, es autora de Los años fugitivos (finalista del Emecé) y de Cruces cierran los campos (con la que ganó el premio Rejadorada, en España, y que ahora editó Ramos Generales), entre otras novelas, y de Variación sobre la costa litoral (Nudista), libro de cuentos que, junto con cada cuento, propone algo así como su secuela (incluso su precuela). O, más que eso, ofrece una nueva oportunidad para los personajes y sus peripecias.

De aire melancólico, y a la vez profundamente lúdicos, los relatos de Beatriz Actis usan la geografía litoraleña como recurso narrativo. El recorrido por la costa litoral es puntilloso y a la vez ligero; elegante por un lado —en la prosa, por ejemplo— y ordinario, por así decirlo, por otro —en las aventuras y desventuras que narra, sobre todo. 

-Un cuento es un cuento y eso nos da cierta tranquilidad, ¿pero qué sería una variación? 

-En Variación sobre la costa litoral hay cierta hibridez, de algún modo se trata de cuentos semi-novelados. El libro incluye siete cuentos que, en su mayoría, están formados por dos partes y la segunda parte es una suerte de variación de la primera. No cierran, hay cruces entre las historias y la posibilidad de que en la segunda parte los personajes transiten, digamos, otras posibilidades narrativas o se desarrolle una segunda historia que comparta ciertos aspectos comunes con la primera y desde allí, de modo indirecto, la continúe, o bien la reescriba. Y podría continuar. Lo pensé como un humilde intento de ensayar otra lógica de funcionamiento de lo ficcional.

-¿El paisaje podría ser cualquier otro al momento de la escritura o el paisaje litoraleño predispone de un modo particular? 

-Creo, en mi caso al menos, que la pertenencia a un paisaje se construye. Como nací en la llanura (en Sunchales, en el centro oeste de la provincia de Santa Fe) y después me mudé a Santa Fe y después a Rosario, donde vivo actualmente, aprendí de a poco a conocer el río. Para mí, fue una especie de conquista. En mis primeros relatos, en libros de cuentos como Viajeros extraviados —que ganó el 2do. premio del Fondo Nacional de las Artes y se publicó en Bajo la luna— o en Todo lo que late, aparece más el vacío de la llanura, esa desolación metafísica, y no la cosa fluvial o ribereña. 

Pero cuando se alude al río siempre está la cuestión simbólica del fluir. Y en el viaje (que tiene que ver con esa condición de extravío y de exilio de los personajes de muchos de mis cuentos) me parece que lo que importa más que el arribo o el destino final es el abandono a la incertidumbre del viaje en sí. Por eso apelo también a la digresión de la conversación o de la memoria, a ese fluir discursivo, que creo se intensificó en los libros posteriores, es decir, en los más recientes. Tal vez sucedió porque a nivel personal fui creando nuevas rutinas en relación con nuevos paisajes, otras pertenencias, y ahí sí podría estar esa predisposición de ese nuevo paisaje (nuevo para mí) más relacionado con el fluir, pero no creo sin embargo que sea algo tan lineal. 

-¿Cómo definiste o decidiste, o cómo se te ocurrió, la narración en reversa, que desanda el derrotero de los personajes de Cruces cierran los campos? En todo caso, ¿qué estuvo primero: la historia o su estructura? 

-Lo pensé como una crónica de una muerte anunciada: a pesar de que es una novela coral y es contada por las distintas voces de los miembros de una familia, el personaje con más peso muere y eso está contado al principio, así que la estructura desanda un camino narrativo que, a su vez, es contado desde puntos de vista diversos. Lo que sí queda para el final es un hecho clave en la vida de ese personaje. Quise invertir el peso de esos acontecimientos: el hecho decisivo en cuestión  —cronológicamente y en relación con la historia— ocurrió primero pero discursivamente es lo último, se cuenta en el último capítulo. Y la muerte, que por supuesto es algo definitivo, no clausura sino que abre la historia porque, al ser coral, hay mucha cosa ahí en esa familia que la muerte del personaje echa a andar. Sentí que la historia me pedía esa estructura. 

-¿Puede ser que, más que para la acción, tus personajes estén hechos para la evocación? Como si tomaran la voz para narrar cosas que les han sucedido a otros, para recién desde ahí movilizarse. 

-Sí, algo de eso comentaba más arriba. Agrego aquí que los desplazamientos de los personajes, en el espacio y también en la memoria, son aceptados por ellos mismos por inercia o costumbre, porque disfrazan el hecho de que muchas veces se sienten ajenos a los lugares que habitan, o están solos y por eso rememoran el pasado, o su propia pasividad los hace acoplarse a la actividad de los demás. Incluso, aunque estén quietos o en tránsito, la cabeza está en otro lugar y en ese otro lugar es donde está la historia que en realidad les importa o, al menos, la que finalmente se cuenta.  

Lo que intento es dar también la sensación de que la escritura es la que viaja y, más allá de mi propia reflexión sobre lo que escribo, algunas críticas lo señalaron: el lenguaje cambia al recorrer distintas voces en los diálogos, a la vez que la voz del narrador  se inserta entre las de los otros personajes, por ejemplo. Quiero decir que intento que esa sensación de ajenidad de sus vidas o de extrañeza por estar varados en el mundo no surja solo de la trama sino también de la manera de contar, de cierto tratamiento dado al lenguaje. 

-El personaje narrador del cuento “El poder del círculo” va y se compra un monociclo y con eso se mete en una aventura. Parece contradecir la premisa que yo mismo propuse sobre tus personajes –la evocación más que la acción–, sin embargo su manera de narrar no deja de ser evocativa, como nostálgica. 

-Sí, eso tiene que ver justamente con el lenguaje, con lo que comentaba recién. Los personajes de “Variación” muchas veces toman decisiones (el que mencionás compra el monociclo, otros se mudan de una ciudad a otra, uno se quiere llevar a Charlotte Rampling a algún lado) pero la escritura los muestra atrapados o inertes, como si de la cárcel del lenguaje no se pudiera salir. 

-¿Te sentís parte de una posible literatura litoraleña? 

-Creo que existe un gran potencial narrativo en el Litoral (ciertas historias, los escenarios, particularidades del habla, los silencios); tal vez, al vivir aquí la cosa del agua que fluye se convierte en una metáfora que se impone y esa podría ser una impronta común. Pero, por supuesto, no es algo homogéneo. Hay una tensión porque también observo que si bien muchas veces lo que aquí se escribe está atravesado de manera más o menos directa por los grandes precedentes como Juan L. o Saer, en muchos autores hay un intento por desligarse de ese imaginario (la ribera, el lenguaje en un lugar central) y se indaga más en lo urbano, en todo caso, en la ciudad del litoral, junto con otras búsquedas en relación con el lenguaje.   

-Contame de tu trayectoria, de tu biografía lectora. 

-Empecé a escribir después de los treinta años, vivía en Santa Fe, en donde me había ido para estudiar en la UNL. En realidad, durante la adolescencia, en Sunchales, escribía algunos textos autorreferenciales, como la extensión del diario personal, y poesías. Pero empecé a estudiar Letras a los diecisiete años y dejé de hacer intentos de escribir ficción.

Con uno de los primeros cuentos, ya pasados los treinta, cuando pude volver a la ficción, gané el Haroldo Conti, que era un premio bastante importante en la época; me hicieron un reportaje en Página 12 preguntándome por mi obra. Esa es la anécdota: yo no tenía obra. 

Daba clases, antes había trabajado como correctora en el diario El Litoral, y era una época distinta a la actual, yo no hacía talleres ni clínicas, que ahora es usual, y ni siquiera tenía demasiada relación con otros escritores. Así fui escribiendo otros cuentos y armé mi primer libro, Viajeros extraviados (así se llamó también un blog que escribí durante diez años). Ese libro ganó el Fondo y eso inició una larga primera etapa en la que publicaba gracias a haber ganado premios: dos libros de cuentos más, Todo lo que late, que se publicó en Córdoba porque ganó el Municipal Tejeda, y Lisboa, Premio Ciudad de Rosario, que se publicó en la Editorial Municipal de Rosario, ya cuando me vine a vivir a  esta ciudad. Lo mismo, en relación con las novelas: la primera fue Cruces cierran los campos, que se publicó en España porque ganó en Valladolid el premio Rejadorada y hace poco se reeditó en Rosario. Los años fugitivos fue finalista de Emecé y Los poetas nocturnos ganó el tercer premio del Fondo, y las publiqué en Córdoba y en Rosario, respectivamente. En literatura para adultos casi todo, excepto la novela en España, lo publiqué en el interior del país, aunque se tratase de premios nacionales. Eso a lo mejor da una pertenencia a un grupo. 

En los últimos años, hay más circulación a través de editoriales independientes y eso genera otro acceso a la publicación. Variación sobre la costa litoral se publicó el año pasado en Nudista. También publiqué un libro de poesía en Alción, “Sin cuerpo no habrá crimen”. Ambas editoriales son cordobesas. 

Fuera de la ficción, como siempre me dediqué a la docencia también escribo  libros de educación y dirijo una colección sobre lectura en la editorial Homo Sapiens de Rosario. También escribo literatura para chicos y tengo publicados más de treinta libros, en ese caso sí en muchas editoriales de Buenos Aires.   

La carrera de Letras en parte me permitió sistematizar algunas lecturas, en especial los clásicos, aunque pasaron casi cuarenta años desde aquellos días y no sé si en ese momento percibía que estaba sistematizando algo. Y en mi trabajo docente, en los últimos años di clases en un Profesorado de Lengua y Literatura en Santa Fe y era titular en las cátedras de Literatura Argentina y Literatura Latinoamericana, así que eso también contribuyó a sistematizar lecturas. Fuera de eso, y aunque parezca contradictorio —o tal vez sea para flexibilizar lo académico—, me parece vital cierto desorden lector. Tengo etapas distintas en las que sigo a autores o géneros diversos, y la mesa de luz y el escritorio tienen pilas eclécticas de libros que estoy leyendo o que están a la espera. 

-Pregunta obligada: sos una referente de la literatura infantil y juvenil, ¿hay que pensar, sentir de una manera particular, distinta, desde otra sensibilidad al escribir para niñas y niños y adolescentes? 

-Sobre la cuestión de escribir para chicos y para adultos, cuando escribo para chicos lo hago generalmente desde el absurdo y el humor, y estoy más consciente de cierta dinámica de juego, por así decirlo, en el acto de escritura. No es, en la práctica, demasiado diferente a escribir para adultos pero géneros distintos: escribir poesía o escribir narrativa, por ejemplo. 

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