La di-sección del cuento

Defender a un hijo con Esther Cross

Por Virginia Feinmann

Amigo, amiga, sentate. Respirá hondo, bajá los hombros. Vas a leer. No vas a ver un video, no vas a pasar el dedo frenéticamente por historias de tiktok. Tampoco vas a escuchar un podcast. Vas a leer un cuento como se hacía antes. 

A partir del tercer minuto van a disminuir tu ritmo cardíaco y tu tensión muscular. Se activarán tu memoria de corto y largo plazo. Reducirás el estrés de la vida cotidiana en un 68%. Mejorará la calidad de tu sueño. Se expandirá tu vocabulario y tendrás más fluidez de lenguaje y agilidad mental. 

Pero si REALMENTE querés completar la experiencia, volvé que analizamos el cuento acá, en “La di-sección del cuento”. Hoy: “Una noche normal” de Esther Cross (https://www.pagina12.com.ar/402022-una-noche-normal).

Hay imágenes que quedan grabadas en la retina, en el oído si nos las cuentan, en la cabeza de noche o, como dice Esther Cross sobre su cuento, en los sueños recurrentes. Si te gusta escribir, hacé como ella (como hago yo también): identificalas, exploralas y empezá a armarles una historia alrededor.

Cuando me contaron que en un geriátrico le habían hecho un análisis a una de las viejitas y encontraron “esperma en la orina”, la imagen me persiguió mucho tiempo. También cuando escuché que una conocida, en un rapto de amor por su bebé, lo mordió y le sacó sangre. 

Para Esther en este caso fue la imagen de un sacerdote que recorría estudios de televisión clavándose un alfiler de gancho en la piel del cuello y moviéndolo como si tocara el acordeón

Sobre esto que a ella le picó tan fuerte, amplió el panorama y armó el cuento. 

Qué buen uso le dio.

La imagen de por sí es impactante. El cura frota la aguja contra la suela del zapato, se estira el pellejo y lo atraviesa. Me dio intriga saber si era real y la busqué. Se puede ver al mismísimo Padre Quevedo haciendo paso por paso lo que cuenta Esther Cross acá: https://www.youtube.com/watch?v=SbmnYR7X1Rc&ab_channel=Canal13

Lo interesante es cómo ante esa visión, medio dormida medio despierta frente a la tele, la protagonista empieza a tender hilos hacia su propia maternidad, que se nos narra entonces sin que tengan que mediar explicaciones. ¿Dónde?

Era uno de esos alfileres que se usaban hace años para abrochar pañales y mantitas.

Una chica muy joven, de la edad de nuestro Basilio.

Podría haber sido una de las compañeras de Basilio de la facultad.

Yo pensé “qué sentirá tu madre al verte así”.

Me gusta el significante vacío que es Basilio, que tanto puede alojar a un militante como a un delincuente, alguien perseguido. Si nos guiamos por los indicios de época (“Hora Clave” y “El pueblo quiere saber”, incluso el Padre Quevedo) son de fines de los 80 a mediados de los 90, con lo que descartaríamos a un militante de los 70. Pero no es que haya que datarlo. Lo interesante es el clima de miedo y esos rasgos que nos muestran que Basilio es, como mínimo, un hijo en conflicto con la ley. ¿Cuáles?

Hacía tiempo que no usábamos esa clave pero la reconocí enseguida.

Había adelgazado tanto que dudé de que fuese Basilio.

Me dijo que me quedara tranquila y ‘no prendas la luz’.

Revisando cosas en su dormitorio, a lo mejor escondiendo algo como la última vez.

Mirá si lo están siguiendo.

También se explora bien cómo los padres viven la clandestinidad del hijo. La madre que se pregunta dónde estará con ese frío a esa hora de la noche (y remite a ese documento visual tan conocido donde una Madre de Plaza de Mayo dice “no sabemos si tienen hambre, si tienen frío”).

La ambivalencia que los habita. La madre que no ve películas de terror pero las sueña de noche. Ellos que acuerdan no meterse en la vida de su hijo pero le hacen preguntas, hablan del tema en terapia. Lo reconocen autónomo, pero recuerdan su voz de niño cuando tenía pesadillas, cuando pedía que no le apagaran la luz. 

La madre que no quiere espantarlo la única noche que pasa en casa. Que le sube comida y un termo de café.

Por una noche estábamos todos de nuevo en casa. Parecía una noche normal. Es un lindo recurso titular el cuento con alguna de sus frases. Carver suele hacerlo con fragmentos de diálogos. En este caso además abre al uso irónico (esa noche no tiene, desde luego, nada de normal).

Me gustan los títulos con resonancia irónica. En el taller “Narrar lo imperdonable. Ocho cuentos sobre abuso sexual en la infancia” tenemos “Un hombre en la casa” de Bernardo Kordon, una enantiosemia que tanto designa la ventaja de contar con alguien para el trabajo rural como la desgracia de que ese alguien abuse de las niñas.

¿Y quiénes son esos que aparecen? Hay todo un accionar que remite bien a represión paraestatal: coche a baja velocidad, golpe seco en la puerta, tocan nuestras cosas, deje pasar, señora, no es con usted, es con él, me empujaron, me amenazaron y también me mostraron sus placas.

Quizás ya citamos a Flannery O’Connor cuando aconseja a los cuentistas sureños que no sean literales: “no se puede crear emoción con emoción, no se puede crear llanto con llanto”, dice en su clase magistral “Writing Short Stories”. 

No tendríamos miedo sólo porque esa madre dijera “tengo miedo”, no funciona así.

Cross encuentra la forma. Su protagonista recuerda que los jilgueros cantan más lindo y afinado cuando tienen miedo. Luego cuando les grita a los hombres que se vayan, su voz sale fina, desencajada, como si cantara

Qué hermosa manera de decir “tengo miedo”.

Hacia el final, lo que resulta conmovedor es cómo un elemento tonto, la pavada que se veía en la tele, se transforma en estrategia de supervivencia, como cualquier cosa puede serlo en un momento de desesperación.  

Una por una, Esther repone las insensateces que decía el cura, que a la luz del nuevo contexto se resignifican y son las armas de la protagonista. Hasta llegar a la frase del final.

Podríamos llamarlo el recurso del “elemento retomado”. Algo que se dejó caer al pasar, como un guante, durante el cuento, y se recoge al final. Esto da un efecto de cohesión, un latigazo hacia atrás que produce rememoración y sensación de cierre redondo.

Voy a darles un consejo, no den consejos. Nadie registra mucho esa frase cuando el cura la dice, está tirada así nomás. Pero vuelve resignificada y con toda su fuerza para el cierre. En otro contexto, está plena de intención y sentido.

Ahora emociona su prepotencia, su decisión, es enorme la madre que flexiona así los verbos “voy a darles”, es la madre que respetó, que aguantó, que cuidó sin invadir pero que, a la hora de la hora, pone el cuerpo entre el represor y su hijo.

Qué potente es una imagen para narrar, qué potente es una acción. ¿Cuántas veces se contó la historia de una madre valiente? Mil. ¿Cuántas veces se contó usando un cura parapsicólogo mediático? Una sola.

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