CHICO PLÁSTICO

Por Mariano Quirós

Elegante como una tormenta de verano, Diego Puig, leer a Diego Puig, deja secuelas. Él mismo lo dice en esta entrevista: “sin vértigo, sin la adrenalina frente al abismo, no creo que haya literatura”. Si nos quejamos alguna vez de la manía de narrar las miserias de la pobreza, Diego Puig arremete en sus novelas y relatos con las oscuridades de una posible aristocracia de provincias. 

Personajes muy conscientes de sí mismos, del lugar que ocupan y de los privilegios que gozan y que, desde luego, están desbordados por algo como ¿un vacío?, ¿un drama existencial?, ¿la profunda mediocridad que los habita?, ¿o acaso la soberana sofisticación que no les permite llevar una vida libre y sencilla? Por dios, debe ser todo eso junto, y mucho más.

Diego Puig –a quien este año tendremos de vuelta en nuestro querido Festival Mulita– es autor de las novelas Nadar sin luz e It girl, de los libros de cuentos Vírgenes infinitas y El problema de la luz, publicado el año pasado por la editorial tucumana Gerania. 

Inteligente como él solo, es dueño de una mirada muy profunda, incluso desplazada, sobre esa relación siempre torpe entre las escrituras y lecturas que se proponen, por un lado, desde un posible centro urbano y, por otro, desde las periferias urbanas. De eso y de tantas otras cosas habla Diego Puig en esta entrevista.

-¿Qué es lo que te interesa de esa aristocracia provinciana que campea en tus relatos?

-Bueno, lo que me interesa es una estética y una manera de estar en el mundo, un modo de ser, un modo de vincularse, de entender la realidad y las contradicciones o las paradojas propias de esas aristocracias, la forma en que ordenan sus prioridades. Como la duquesa Orianne de Guermantes en el final del tercer tomo de En busca del tiempo perdido. No sabe cómo ordenar prioridades: ¿acompañar a un amigo enfermo o llegar a una comida con los zapatos correctos? Esa duda, cuando sincera, es maravillosa. Creo que lo más interesante de cualquier ámbito en el que uno elige emplazar sus historias es esa tensión o la contradicción entre una estética y una moral. Si el buen gusto, las buenas formas, la amabilidad aprendida y esculpida cuidadosamente, si las tradiciones exquisitas y festivas, las vajillas, los perfumes, los peinados y los tapados de pieles, si todo eso convive con el horror de ser humanos miserables, mezquinos, violentos, ignorantes, cobardes, patéticos… si no nos da ni la cabeza ni el corazón para estar a la altura de una estética, ¿cómo reconciliamos nuestra belleza o nuestra sofisticación con nuestra moral? Si somos lindos por fuera y feos por dentro, ¿al final qué somos? Y si individualmente somos inmundos, pero socialmente deliciosos, ¿podemos alcanzar nuestra redención vía una pertenencia y no por nuestras cualidades personales? Pero antes que todas estas preguntas y otras, está el placer de narrar una manera de moverse, la belleza de una manera de hablar, las cosas que se dicen y que se piensan, esa estética de cómo se sientan las mujeres o se acomodan las pulseras, la manera en que los hombres guardan las manos en los bolsillos o sonríen.     

-Por otra parte, y en relación con “lo provinciano”, hay como una onda expansiva, un tono, una forma que trascienden cualquier geografía. ¿Hay una intención particular en ese sentido?

-Yo no me identifico ni identifico mi escritura con lo provinciano pero tampoco con lo citadino. A diferencia de algunos escritores conocidos jaja no tengo complejo de inferioridad con el centro, las capitales, ni milito el interior y a las provincias. Siempre me moví como pez en el agua, pero es verdad que al ser un poco anfibio, no tengo una verdadera pertenencia, en todo caso tengo una relación de amistosa distancia. Entonces lo provinciano es una excusa, como es lo urbano, para hablar de ciertas cosas que me interesan. Lo provinciano a mí me sirve para escribir sobre la proximidad a la naturaleza, los afectos cercanos, la posibilidad de una comunión social, ciertas tradiciones y festejos que nos hermanan y nos igualan. Cierto joie de vivre muy particular, popular incluso. Lo provinciano no es la individualidad del rancho, de la vinchuca, de la empanada y la soledad del campo abierto. Sí me parece que es una relación particular con la propiedad privada, con el trabajo que llega a la coparticipación federal, el sistema impositivo y la matriz productiva nacional. Y por todo esto el tono en que trabajo lo provinciano excede cualquier geografía. Lo provinciano es la última posibilidad de ser parte de una comunidad densa, rica, integral. Por supuesto, esto no es excluyente, también hay promesa de comunión social en la ciudad y de soledad en el interior. Pero es una cuestión de probabilidades y de gamas de colores, de intensidades y de texturas, que es lo que trato de aprovechar.     

Tal vez todavía tengo como un deseo de subvertir o de trascender el naturalismo y el costumbrismo de provincia, el pobrismo decimonónico… o sea, siempre quise trabajar la idea de la provincia como otro lugar, como un lugar tal vez aristocrático, cosmopolita, complejo, con relaciones con respecto a la tierra, al dinero, al trabajo, a los vínculos sociales sobre todo. Creo que más que nada los vínculos sociales, ¿no? O sea, me parece que hay en el interior una manera de, o en lo provinciano, una manera de relacionarse, de querer, de estar en relación con el otro, que es lo que más me interesa. Y desde ahí me parece que puedo ir y venir entre lo provinciano y lo urbano, o la capital y la periferia, con mucha más facilidad, porque no lo estoy pensando en términos de, digamos, la especificidad de una geografía, de una materialidad o de un imaginario, sino desde cómo una sociología atraviesa o interfiere en los vínculos afectivos, los vínculos económicos y los vínculos de poder.

-Otra recurrencia en tu narrativa es la exasperación de la urbanidad, un vértigo urbano. Goce y riesgo. ¿Es deliberada esa conexión entre peligro y placer? 

-Sin vértigo, sin la adrenalina frente al abismo no creo que haya literatura. Ahí es el primer lugar donde goce y riesgo, peligro y placer se tocan. Si no siento que lo que estoy escribiendo conlleva un riesgo, entonces no vale la pena. En la escritura me parece que uno siempre tiene que escribir con cierto vértigo, ¿no? Cuando está tomando una decisión narrativa o estética uno tiene que sentir cierto vértigo, ¿no? Como acercarse a cierto abismo y decir, bueno, a ver, acá me lanzo. Salto, un acto de fe, un salto vital. Y eso, que obviamente genera miedo y un poco de incomodidad o malestar, es tremendamente placentero también. Es como la adrenalina cuando uno se porta mal, ¿no? O sea, sabés que estás haciendo algo malo, pero igual, nada. Te mandás. Y bueno, tal vez ese vértigo está más presente en lo urbano, porque también digamos la violencia, digamos, la violencia, la aceleración, los pecados, jajaja los vicios, el no saber, la confusión moral, la impunidad, tal vez todo eso está como más relacionado con las dinámicas urbanas, pero no está ausente tampoco en las dinámicas provincianas. Puede estar en todos lados. Ahora, si me lo preguntás, creo que hay mayor corrupción moral, un mal más grande, más maldad profunda, más oscuridad y suciedad en la ciudad, eso toda la vida jajaja pese a lo que nos quieran hacer creer algunos escritores de Buenos Aires y otras capitales jaja, que por otra parte son muy ignorantes y simplistas. Y encima escriben para el orto, feo, feo.  

-Alguna vez, en alguna entrevista, en algún taller, te escuché hablar de “elasticidad del lenguaje”. Contame un poco más de esa elasticidad.

-Bueno, yo veo al lenguaje como un yin y un yang, dos facetas complementarias ¿no? Hay una parte, una faceta del lenguaje que es opaca y es meramente comunicativa. Es decir, cuando yo digo “mesa” y vos escuchás mesa o leés mesa, no importa específicamente en qué mesa estoy pensando yo o qué mesa te imaginás vos, lo importante es que los dos compartimos el concepto mesa y eso nos permite comunicarnos en un 30%, en un 40% de las posibilidades del lenguaje. Como a veces lo que importa es esa comunicación, ese entendimiento básico, no necesitamos nada más. Y, por lo tanto, nos ahorramos un montón de tiempo y un montón de esfuerzo manejándonos en ese aspecto comunicativo y opaco del lenguaje. Pero la literatura lo que necesita a veces es un grado de precisión, de especificidad y de belleza, donde cuando yo digo mesa, vos entendés exactamente la mesa que yo estoy pensando, porque eso tiene efectos de lectura que son precisos y que son los que yo estoy buscando. Y para eso, tenemos que apelar a la plasticidad del lenguaje. El lenguaje es tremendamente plástico, y esta es la contracara de la opacidad. Y es lo que permite la expresividad del lenguaje. Ahí está el esplendor del lenguaje, su potencia, su contundencia, su fluidez absoluta, la claridad brillante y enceguecedora. Cuando nosotros estamos trabajando con esta faceta del lenguaje, ampliamos o aumentamos la potencia, la belleza, el efecto estético por expresivo del lenguaje. Y por supuesto que no todo puede estar escrito así, porque consume mucho trabajo y mucho esfuerzo y mucho tiempo. Entonces, digamos, o sea, digamos, se complementa con la opacidad o con la veta más comunicacional del lenguaje. Y en esta plasticidad, lo que nosotros podemos hacer es retorcer, estirar, cortar, mezclar, pulir, intercalar, moldear el lenguaje de maneras, bueno, a veces insospechadas y otras veces ya probadas, para aumentar ese porcentaje de la riqueza del lenguaje, y llevarlo de un 40, de un 60, a un 80 o un 90 por ciento de sus posibilidades expresivas. 

-Viviste muchos años en el exterior, en el corazón de la plena aristocracia mundial. ¿Qué tan determinante fue la experiencia para tu narrativa?

-Bueno, mi relación con las elites cosmopolitas en un principio, o en un primer momento, está dada por compartir conocimiento e información. Son élites hipereducadas, hiperinformadas, con sistemas y modelos de pensamiento súper avanzados, sofisticados, complejos, que están a años luz de los conocimientos y la información que maneja un ciudadano promedio de Argentina o de Latinoamérica. Benjamín Lababut piensa y escribe así. Mientras nosotros estamos hablando de extrema derecha y populismos, por ejemplo, estas elites están pensando el mundo y la política desde la teoría de sistemas complejos. Mientras nosotros jugamos con el chat de una inteligencia artificial, estas élites están planeando maneras adaptativas para la escasez de trabajo que va a venir cuando la inteligencia artificial se masifique… Nosotros nos podemos quejar de una ola de calor y con eso significar algo referido al cambio climático (cuando no estamos usando la distopía de manera efectista y sin demasiado sustento) y ellos están pensando o aceptando, asimilando que ya no hay vuelta atrás y que lo único que nos queda es un salto adaptativo a nuevas temperaturas y nuevas realidades climáticas. La cantidad de información, la precisión, el detalle de la información que ellos manejan y del conocimiento que producen y asimilan es altamente superior y yo ahí encuentro algo muy estimulante para la escritura. Por supuesto el mundo es un desastre y la influencia de estas elites es paupérrima o son nefastas como el poder concentrado real, así que tanto conocimiento e información no sirve para mucha más que buena literatura jaja. Casi se podría pensar que nos acercan a una ciencia ficción muy sofisticada. Y después, bueno, obviamente está la cuestión idiosincrática, ¿no? O sea, cómo estas élites cosmopolitas viven, piensan, sobre todo consumen. A mí me interesa mucho la sociología del consumo y en ese sentido, cómo establecen un sistema de pertenencia global a partir de consumos, de gustos, de placeres y bueno, también podemos decir de maneras de pensar, de relacionarse, de hablar, de moverse, etcétera, etcétera. Todo eso me parece muy potente y de una riqueza enorme para plantear una literatura que vaya mucho más allá de la literatura que nos resulta más cercana y más parecida a nuestra realidad.

Como verás, no encontré ahí nada que fuera determinante en mi proyecto de escritura en el sentido de que no abrió algo nuevo ni tampoco generó una instancia cualitativamente superadora ni un atajo particular en mi narrativa. Sí me enseñó que es muy fácil engañar y mentir en la escritura, jaja. Ahora, esas experiencias sí se integraron maravillosamente bien con todo lo que yo venía acarreando. Es como si ahí hubiera encontrado nuevas imágenes, nuevos motivos para algo recurrente, más material, con nuevas aristas, con otras facetas, detalles delirantes o exquisitos para algo que ya estaba codificado en mí. De todas maneras, uno nunca sabe muy bien cuándo algo pega un salto cualitativo, no meramente cuantitativo. Y pienso que hoy, cuando estoy tratando de encontrar nuevos caminos para mi narrativa, los contactos con ese mundo, las cosas que aprendí y que todavía aprendo de ellos, me sirven para encontrar nuevos paradigmas. Otra vuelta de tuerca.  Por ejemplo, yo necesito encontrar variaciones y nuevos rumbos para las cosas que escribo, no puedo ni quiero repetirme. Quiero ir hacia nuevos lugares y explorar nuevas cosas pero estoy atado a una matriz que necesito disfrazar o recubrir para que al menos mi proyecto de diez libros tenga una diversidad interesante.    

-¿Qué narrativa argentina actual te interesa leer? 

-Alan Pauls y Federico Falco, sin dudas. Jorge Consiglio. Las mujeres y las disidencias han tenido un pico muy, muy alto: María Gainza, Cecilia Pavón, Betina González, Camila Sosa Villada y Magalí Etchebarne. Últimamente, Delfina Korn, a quien me recomendó Falco, me sorprendió un montón. Pero hay que ser realistas y aceptar que mucha, demasiada, (atención editores!!!) de la literatura argentina no siempre está a la altura de las expectativas que los amigos de los autores crean.

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