Entrevista a Ana Paula Maia

CARRETERA PERDIDA

Hay algo profundamente poético en la deriva de los personajes de Ana Paula Maia (1977, Río de Janeiro). En la resignación demoledora con que actúan, con que se sirven el café o afrontan la muerte de un animalejo o de un pleno ser humano. Edgar Wilson, el cura Tomás, Bronco Gil encabezan un reparto hecho de desgraciados, aventureros y mercenarios. 

¿Qué luz puede caer sobre gente como esa? Ana Paula encuentra, desde la literatura y con su prosa transparente y mística, la manera de encandilar, de captar su esplendor.

En esa deriva —hecha de carreteras inhóspitas e interminables— resplandecen de un modo extraño la amistad, la ética, la moral, el amor… siempre bajo la sombra tutelar de la muerte. O de un posible tratamiento literario de la muerte. Ana Paula Maia, en realidad, va por todo. 

Dichosos de tenerla como invitada en la inminente 7ma edición del Festival Mulita (9 y 10 de junio, donde participará junto a María Lobo y Luciano Lamberti en la mesa “¿Apocalipsis Ahora?”), adelantamos en esta entrevista un poco del mundo —y del camino— que transita la obra de Ana Paula Maia.

-¿Dirías que el tema de tus novelas es la muerte o más bien el cuerpo muerto, cierto tratamiento del cuerpo?

-Sí. En mis libros trato el tema de la muerte, enfatizando la muerte física, el cuerpo y lo que queda de él. La idea de la muerte, o la muerte en un enfoque, si se quiere, metafísico, rara vez aparece en mis historias.

-Tus novelas convocan muchas imágenes cinematográficas. Pero ¿de dónde surgen, de dónde te inspiraste para la construcción de esas carreteras ominosas para novelas como Entierre a sus muertos o De cada quinientos un alma?

-Me encantan las carreteras. Especialmente las que no conozco. Lo que hay más allá de esa montaña, o lo que hay a la vuelta de la esquina. Lo que supuestamente puedes imaginar, aunque nunca sepas con certeza lo que encontrarás.

Así son mis libros: oscuros, evocan un tiempo indefinido y transcurren por caminos sinuosos. 

De cada quinientos un alma nos deja ya en las puertas de un posible fin del mundo, de un escenario apocalíptico. ¿Determinó en algo la última pandemia esa historia?

-Todo eso me daba mucho miedo, porque el proyecto de este fin del mundo empezó con el libro De ganados y hombres, publicado en 2013 en Brasil. Cuando escribí Entierre a sus muertos, publicado en 2018, sabía que la historia me pedía una continuación.

Estábamos en plena pandemia de 2020 cuando escribí De cada quinientos un alma, y ​​durante los horrores presenciados en la vida real, identifiqué elementos de mis libros, entre ellos, Carbón Animal, publicado en 2011, en el que una de las escenas incluye cuerpos amontonados a la espera de ser incinerados de manera improvisada en una carbonera.

Mis libros siempre conducen al final de algo. La muerte impregna todas mis obras. Pasar la pandemia con De cada quinientos un alma, creo, fue una forma de expresarme y volcarme frente a lo que pasaba.

-¿Qué clase de héroe es Edgar Wilson, protagonista de tus novelas? O, mejor dicho, ¿es Edgar Wilson un héroe?

-Edgar Wilson es mi alter ego. Nada de héroe, nada de villano. Edgar Wilson es mi reverso.

-¿Qué papel juega Tomás, ese exsacerdote atormentado? ¿Es un contrapunto o un complemento de Edgar Wilson?

-Yo creo que Tomás es un contrapunto, efectivamente. Es la manifestación de las leyes bíblicas y, como sacerdote, tiene la autoridad para desempeñar ciertos roles en estas historias.

-¿Qué te gusta leer? 

-Me gusta leer historias con cierta dosis de crueldad y cinismo, historias mezcladas con dramas profundos en los que los personajes sean llevados a determinadas encrucijadas y donde el final casi nunca es el más feliz.

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